sábado

¿Para qué tantos rezos?

-Si yo fuera Dios -me dice mi amigo Juan-, me resultarían terriblemente aburridas las interminables oraciones de los hombres.

-Es cierto, menos mal que tenemos la suerte de que no eres Dios. Él tiene más paciencia que tú. Tampoco se harta tan fácilmente de nada. Desde hace muchos miles de años produce narcisos en primavera. Una y otra vez. Tú hace mucho tiempo que lo habrías abandonado.

-De todos modos no deja de ser una gran estupidez -afirma mi amigo Hugo-. Si Dios es todopoderoso, omnisciente, omnisapiente, ¿qué objeto tiene que yo rece para que mi tía Julia se cure de su enfermedad? Dios sabe de todos modos si va a seguir viviendo o no. Según lo que me has contado, Dios vive fuera del concepto del tiempo; por tanto ya ha sabido siempre si la tía Julia seguirá viviendo o no. Lo sabía incluso ya mucho antes de que naciera.

-Efectivamente, pero entonces sabía también ya si tú rezarías por ella o no.

-Muy bien, de acuerdo. ¿Pero por qué mis raquíticos rezos pueden suponer alguna diferencia?

-Porque, en definitiva, el móvil de toda oración es el amor y porque el amor siempre supone una diferencia.

-¿Amor? Sí, si uno reza con ganas, quizá. Pero no si se hace muy a disgusto...

-Entonces puede incluso ser una oración mucho mejor. Para rezar sin tener ganas hay que violentarse. Y el dominio de uno mismo es un mérito. Puedes comprenderlo muy bien en la relación entre los padres y el niño. El niño que posterga una diversión para cumplir un deber...

-No estoy de acuerdo. Creo que sólo se debe rezar cuando uno siente deseos de hacerlo, de lo contrario se tratará de recitar monótonamente palabras vacías.

-No existe ningún campo de actividades humanas que pudiese prosperar siguiendo este principio. El soldado que sólo se incorpora a la formación, cuando tiene ganas...

-¡Dios no es un general!

-Entre otras muchas cosas es también el Señor de los ejércitos. ¡Lee la Biblia! Y el escritor, que sólo escribe cuando tiene una «inspiración», jamás llegará a ser nada. Genio es trabajo, dice Goethe. Hay ciertamente momentos en que se puede sentir la presencia de Dios y en los que uno se siente impulsado a hablar con él. Pero estos momentos son tan escasos como la inspiración del artista. No se puede permanecer quieto esperando que lleguen.

-Bueno, pues yo no tengo tiempo para rezar.

-Eso es una mentira como una casa y es o doble o triple. Mientes a Dios y me mientes a mí y posiblemente también te mientes a ti mismo. Para rezar despacio y con tranquilidad un Padrenuestro no se necesitan más de veinticinco segundos. Tienes tiempo de sobra y más que de sobra. Lo que no tienes es ganas. Además eres terriblemente descortés.

-¿Yo? ¿Por qué?

-Porque ni siquiera quieres dar los buenos días o las buenas noches a tu Padre del cielo. Si hubieses tratado así a tu padre terrenal, te habría...

-Sí, sí, ése tenía todavía menos paciencia que yo.

-Y la cortesía es el mínimo. Además, existe algo así como el agradecimiento.
Hay momentos en que un ateo me da muchísima pena.

-¿Por qué?

-Imagínate que le ocurre algo especialmente hermoso, una felicidad verdaderamente extraordinaria ¡Y el pobre hombre no tiene a nadie a quien dar las gracias por ello!...

Louis de Wohl

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