miércoles

Son iguales

Dos anillos iguales. Son un par. ¡Qué mal se verían diversos! Uno dorado y otro plateado. Uno con las iniciales y el otro sin ellas. ¿Te imaginas uno liso y el otro amartillado? ¡No! Deben ser iguales. Karol Wojtyla, Juan Pablo II, escribió hacia el año 1960 un libro muy interesante sobre el matrimonio. En él cuenta cómo una pareja de casados la estaba pasando muy mal, y en un determinado momento a la chica se le ocurre ir a vender su anillo a un orfebre, pues le parecía que todo estaba perdido. El texto dice, en boca de la chica: El orfebre examinó el anillo, lo sopesó sobre los dedos detenidamente y me miró a los ojos. Por un instante leyó dentro del anillo la fecha de nuestro matrimonio. Volvió a mirarme, colocó el anillo sobre su balanza y me dijo: “Este anillo no tiene peso, la balanza indica siempre cero y no puedo obtener un miligramo. Ciertamente su marido vive, un anillo separado del otro no tiene peso alguno, pesan solamente los dos juntos. Mi balanza de orfebre tiene la peculiaridad de no pesar el metal, pesa toda la vida, y todo el destino del hombre”. Confusa y llena de vergüenza tomé el anillo y sin decir palabra salí del taller. (Karol Wojtyla, El taller del orfebre). Un anillo solo no tiene peso. Una persona separada de su cónyuge, no pesa nada. Te lo recuerdan los anillos, que son dos y son iguales. “No tienen peso”. Me lo decía un muchacho de diecisiete años cuyo padre recientemente los había dejado: - “Quiero a mí papá, por eso, porque es mi padre. No puedo dejar de quererlo pero ya no es mi modelo en la vida. Perdió peso. Me da pena. Al dejar de ser coherente, cuando dejó de cumplir su compromiso más importante excusándose en el cansancio, en los años, en los demás, culpando incluso a mi mamá... perdió peso. Ya no es para mí lo que era. Separado de mamá y de nosotros, ya no es el mismo. Quiere divertirse, quiere ser normal y dice que tiene derecho a una segunda oportunidad. Pero él mismo sabe que tomó una decisión superficial. Quizá él esté contento ahora, pero a costa de mi mamá y de nosotros cuatro”. Esto es incluso de lógica. Pasa más o menos lo mismo con los zapatos: vienen por pares. Un sólo zapato no sirve para nada. Hay cosas en esta vida que simplemente no pueden separarse: zapatos, mancuernas, guantes, aretes, anillos... Hombre y mujer, en el matrimonio, son una de esas “cosas”, que no deben romperse ni separarse, pues son un par.
Ángel Espinosa de los Monteros

2 comentarios:

Protheus dijo...

vengo acá gracias al blog de Gus.
Me he leído varios artículos. Soy ex-alumno salesiano (Yo digo que a mis 43 años soy alumno, pues Don Bosco aún me enseña), y me hace mucho bien estar aquí.
Saludos.

Anónimo dijo...

Es verdad son uno solo y separados no son nada. Hermosa y exigente vocación la de la vida matrimonial.

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