miércoles

El Cientifisismo y la Caridad

El P. Brown, de Chesterton, explicando las características de su lucha contra el crimen, dice entre otras cosas la siguiente:

"La ciencia es algo grande, si podéis adquirirla, y constituye en sentido estricto una de las mayores conquistas del mundo.

Pero ¿qué entienden los hombres, nueve veces sobre diez, cuando emplean hoy dicha palabra?, ¿qué cuando dicen que el arte policial es una ciencia, y otra la del criminalista? En realidad se colocan frente a un individuo y lo estudian como un insecto enorme, alumbrándolo con una luz que juzgan cruda e imparcial, pero que en mi concepto es fría e inhumana... Cuando uno de esos científicos habla de un tipo, no piensa en sí mismo, sino en su vecino, probablemente en el más desheredado.

No niego que esta luz cruda ofrezca sus ventajas, aun cuando sea ella, en cierto modo, la inversión de la ciencia. Pero en lugar de ser el conocimiento de un hombre es la supresión del mismo. Nos hace tratar a un amigo como a un extraño... Pues bien, lo que Uds. llaman mi secreto es absolutamente lo contrario. Yo no me sitúo fuera de mi sujeto. Entro en la piel del criminal, quedo dentro de él, haciéndole mover brazos y piernas, dueño de sus pensamientos, debatiéndome contra sus pasiones, dirigiéndome a su odio deforme y naciente, hasta ver el mundo con sus ojos inyectados de sangre, hasta que me haya convertido yo también en criminal... Compréndalo Ud., un hombre nunca es completamente bueno mientras no se ha dado cuenta de cuán malo es o podría ser".

En un volumen caratulado El secreto del P. Brown ha incluído Chesterton cierto cuento:
El afligido del castillo de Marne.


El asunto es muy complejo: trátase de un caballero, Jim Mair, que ha tenido un duelo solitario con su propio hermano doce años atrás; en realidad lo asesinó y desde entonces vive recluído en su casa de campo, no admitiendo más relación que la del mencionado sacerdote, todo lo cual es ignorado por las gentes.

Diversas personas, hombres y mujeres, que no conciben tan larga penitencia por un duelo que creen regular, echan en cara al P. Brown su falta de caridad y se organizan para arrancar a Mair a su penitencia; mas al descubrir asombrados la verdad estallan en imprecaciones contra éste, y cuando el P. Brown les recuerda sus anteriores llamados a la misericordia, se entabla el siguiente diálogo del que no quisiera suprimir una palabra:

"Hay un límite para la caridad humana", exclamó temblorosa Lady Outram.

-"Ciertamente, respondió con sequedad el P. Brown, y ésta es la única diferencia entre la caridad humana y la cristiana. Discúlpeme si no quedé del todo aplastado bajo el desprecio de Ud. a causa de mi falta de caridad, y bajo los sermones que me hizo acerca del olvido de las ofensas. Uds. todos toleran, me parece, nada más que las faltas que no juzgan criminales. Perdonan a los asesinos cuando acaece lo que los prejuicios de Uds. califican de accidente. Así, admiten un duelo mortal. Como también un divorcio. Perdonan cuando según su criterio nada hay que perdonar".

— "¡Pero, qué diablo!, exclamó Mallow, ¿no espera Ud. que excusemos nosotros una acción tan vil?".

-‘No, replicó el P. Brown, pero nosotros sacerdotes tenemos el poder de absolverla".
Se enderezó bruscamente, los miró: "Debemos, afirmó, acercarnos a tales hombres no con pinzas, sino con una bendición. Nos hace falta encontrar la palabra que los preservará de la condenación eterna. Nosotros quedamos solos, para ampararlos contra la desesperación, cuando vuestra caridad humana los abandona. Seguid vuestro sendero de rosas, excusando todos vuestros vicios favoritos y mostrándoos generosos con los crímenes que están de moda. Dejadnos en la oscuridad a nosotros, vampiros de la noche, para consolar a quienes verdaderamente tienen necesidad de ser apaciguados, a esos que cometen inexcusables fechorías que ni ellos mismos pueden justificar, pero que un sacerdote puede perdonar. Dejadnos con los hombres que cometen delitos reales, los más bajos, los más repugnantes, los más cobardes, los mismos que San Pedro cuando el gallo cantó, y que vio, sin embargo, la alborada...

— "¡La alborada!, - exclamó Mallow; ¿quiere decir Ud. la esperanza... para ese hombre?"

—"Sí, contestó el sacerdote. Permitidme plantearos una cuestión. Sois damas del gran mundo, hombres de honor, seguros de que no os rebajaréis de —así lo pensáis— a una traición tan infame como ésta. Pero si por casualidad alguno de vosotros hubiera caído así, ¿habría podido, muchos años después, cuando sus amigos eran personas de edad, ricas, y él seguro, habría podido, repito, ser llevado por su conciencia y su confesor a una penitencia tal? Habéis afirmado que jamás cometeríais un crimen tan vil. Pero ¿tendríais fuerza para confesarlo ante los hombres?"

Todo esto, que tiene que ver con el alma, el cientifismo lo ha destruído: no le ha hecho falta el amor, se contentó con la técnica; no echó mano de la humildad sino de la elocuencia, y creyó que cuanto más alejada se encuentra al parecer una persona del crimen tanto más habilitada está para evitarlo o corregirlo en los demás.

"Hay dos maneras de renunciar a Satán, exclama el P. Brown, la primera consiste en sentir horror por el demonio porque está muy lejos, la segunda porque está demasiado cerca... Puede Ud. calificar de horrible un crimen porque es incapaz de cometerlo; yo lo aborrezco porque habría podido llevarlo a cabo".

Por esto el fariseísmo, sobre todo cuando se complica con el cientifismo, en lugar de suprimir la criminalidad la fomenta.

Permítaseme una última cita. Cierto criminal convertido por el P. Brown expresa a un interlocutor:

"He robado durante veinte años con estas dos manos; he escapado a la policía con estos dos pies. Espero que admitirá Ud. la realidad de mis actividades, y que mis jueces perseguían realmente a un malhechor. ¿Cree Ud. que no conozco todos sus métodos reformistas? ¿Acaso no he oído las monsergas de los justos, soportado la fría mirada de los que se consideran honorables? ¿Acaso nunca se me ha predicado en estilo distante y noble, y no se me ha preguntado de qué modo puede caer un hombre tanto que ninguna persona que se respeta encara siquiera como posible tal depravación? ¿Cree Ud. que todo esto ha conseguido más resultado que el de hacerme reír?" Es un San Francisco, y no un filósofo, ni un soldado, ni un juez, el que amansa al lobo de Gubbio.

Para poder elevar al criminal hasta el nivel del justo, es indispensable que éste se humille hasta el del criminal. Por tal motivo Cristo Nuestro Señor, que era el Justo por antonomasia, aceptó morir en la cruz, destinada a los peores entre los esclavos delincuentes. Para dejar el campo libre al cientifismo se ha expulsado la cruz de las leyes, y se ha proclamado que todo conocimiento que no es sustancialmente laico no merece el nombre de verdadero.



Gustavo J. FRANCESCHI
"Criterio", XIV, (1941), Nº 686, pp. 389 - 392, Buenos Aires.

1 comentario:

frid dijo...

Buen artículo. Cientifismo debe de ser a ciencia lo que ecologismo a ecología, es decir una caricatura preparada para que los que no saben crean que saben. Es el barniz no crítico con afirmaciones que le hacen especial, una de ellas es el no hay Dios, pero otra es que todo es posible, es cuestión de querer. Hay un voluntarismo que suple a Dios. Dios al hablar creó. El hombre tiene el papel de aprender desde la contemplación. El libro de la ciencia es el libro de Dios. Sin embargo, sustutuyendo a Dios quiere fabricar otra realidad basada en distintas leyes morales (fabricadas), sogre un materialismo determinista (inmutable). Se contradicen pero se dicen científicos.

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