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La Inmaculada y la Santidad

La expresión “llena de gracia” (Lc 1, 28) puede sugerir la plenitud de la gracia en María que incluye todo el arco de su existencia, desde el primer momento de su concepción, sin embargo, en su significado más inmediato hace referencia a la santidad.

Se considera con frecuencia a María como templo, como santuario. La palabra templo, en su significado etimológico, significa algo totalmente reservado, un coto que desde su origen ha sido destinado para uso sagrado exclusivo, en el caso de María para ser la morada del Hijo de Dios. El concepto, pues, de algo dedicado, consagrado a la divinidad, algo santo implica la perfección absoluta de una realidad que no tiene que ver desde sus orígenes nada con cualquier presencia de impureza.

La santidad de María le exime de cualquier tipo de egoísmo que haga de su persona el centro de sus atenciones. Vive su existencia en orden al servicio de la obra de su Hijo. La comunión de vida que se ha creado entre los dos no puede ser más plena en una creatura. La santidad consiste en la comunión con Dios, en el amor que se ha derramado en nuestros corazones.

… los cristianos, más en particular, deben de buscar constantemente la santidad porque así lo ha mandado el mismo Cristo: Sed perfectos como perfecto es vuestro padre celestial. La santidad es una aspiración constante. El mandato del Señor, ya en el antiguo Testamento era el de ser santos, así lo repite constantemente en el libro del Levítico (11,14: 19,2; 20,26). Y San Pablo también tiene la santidad como el objeto de la vocación del hombre que ha sido llamado por Dios a la santidad: “Irreprensibles en la santidad delante de Dios”. “La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Ts, 4,3) y “no os ha llamado Dios a vivir en la impureza sino en la santidad” (1Ts, 4,7).

Si todo cristiano debe aspirar a esto, María puede presentarse como un estímulo y como modelo de una creatura que con la gracia de Dios manifiesta su total disponibilidad a esa gracia ofrecida por Dios, para todos los cristianos.

Me parece, pues, que los que tienen una cierta alergia a este privilegio de la Inmaculada porque dicen que parece “alejar a María de nosotros y, por lo tanto, que (el dogma) engendra un desánimo y un cierto fatalismo” no tienen presente la fuerza arrolladora de la santidad.

No es que María haya sido toda santa al margen de su libertad. El privilegio no destruye la estructura de su ser de creatura. Por lo tanto, tiene el valor paradigmático de una persona que ha sabido responder a Dios con todas las fuerzas de su ser. Ciertamente, impulsada por la presencia del Espíritu que la ha colmado de todo género de gracias. No es, pues, un modelo inimitable, no es una creatura que ha vivido en una dimensión extrahumana, no es un ideal que agobie. Es un modelo que puede ser presentado como paradigma de todas las virtudes, pero especialmente de una obediencia totalmente disponible a la Voluntad de Dios.

Así, pues, no podemos considerar este privilegio como si fuera simplemente un adorno o algo bello y sublime que sólo suscita en nosotros admiración. Es un ejemplo y un estímulo para que también nosotros conservemos incólumes la gracia que hemos recibido en el bautismo.
Y no solamente como gracia estática, sino como proceso de profundización en la comunión con Dios.


El misterio de la Inmaculada Concepción no sólo hace alusión exclusiva a la obra de Dios en María, a la preservación de toda mancha de pecado original y personal, sino que es, además, la celebración de la fidelidad guardada por María a la gracia de Dios a lo largo de toda su vida. Nació a esta vida mortal siendo desde el primer instante inmaculada, hija de la luz y nació a la vida eterna habiendo conservado encendida su lámpara.


P. FLORIÁN RODERO L.C.
Extracto del articulo: "La Imaculada y la Santidad"
publicado en la Revista Humanitas

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