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La Grandeza del Avemaría

En su áureo libro Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen (Parte II, capítulo IV), el enamorado servidor de la Virgen San Luís María Grignion de Montfort escribió así:

“Pocos cristianos conocen el precio, el mérito, la excelencia y necesidad del Avemaría. Ha sido preciso que la Santísima Virgen se haya aparecido a grandes santos y siervos suyos para mostrar la grandeza y eficacia de esta plegaria, la más bella de todas las oraciones, después del Padrenuestro”.

El piadoso y docto teólogo Francisco Suárez (1548-1617) solía repetir que daba toda su ciencia teológica por el mérito de un Avemaría bien rezada.

El rezo del Avemaría convierte a los pecadores, da salud a los enfermos y es señal de predestinación. Hablamos, eso sí, del Avemaría bien rezada, con atención, humildad, confianza y perseverancia.

Son muchos los Padres y Doctores de la Iglesia que no se cansan de celebrar las grandezas del Avemaría y llaman a esta oración rocío celestial que fecundiza el alma y un beso amorosamente filial que damos a nuestra Madre pidiendo su bendición.

Si la primera parte del Avemaría es de origen celestial y divino, la segunda parte se debe a la Iglesia que viene suplicando así a la Virgen nuestra Intercesora y Medianera desde hace muchos siglos.

El Avemaría se usó en un principio en forma de antífona o responsorio en el Oficio de la Virgen, pero comenzó a difundirse entre el pueblo a partir del siglo XII. Procuremos rezar con frecuencia esta bellísima oración tan agradable a nuestra Señora, y tan sabrosa en los labios cristianos.

El benendictino Fray Justo Pérez de Urbel lo dijo así en cuatro inspirados versos:
Y parece llenarse nuestra boca de miel, / miel de los tomillares de Dios, que nunca sacia, / siempre que repetimos con el ángel Gabriel: / Dios te salve, María, llena eres de gracia.




Andrés Molina Prieto, pbro

1 comentario:

JORGE dijo...

Cuando uno medita el Santo Rosario, se da cuenta de muchas cosas, como la riqueza del Padre Nuestro y del Ave María, pues bien rezado y meditado, uno se da cuenta de que María siempre nos lleva a Cristo.

Hay que pedirle y dejarnos llevar, imitemos su ejemplo de vida y hagámosle caso a la Virgen que nos dice "hagan lo que Él les diga".

Bendiciones

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