jueves

Sobre la Lectura

La Mayor utilidad de los grandes maestros de la literatura no es la literaria; está fuera de su soberbio estilo y aun de su inspiración emotiva. La primera utilidad de la buena literatura reside en que impide que un hombre sea puramente moderno.

Ser puramente moderno es condenarse a una estrechez final…

La literatura clásica y permanente, cumple su mejor misión al recordarnos perpetuamente la vuelta completa de la verdad y al balancear ideas más antiguas con ideas a las cuales, por un momento, podemos estar dispuestos a inclinarnos. El modo como lo hace, sin embargo, es lo bastante peculiar como para que valga la pena tratar de comprenderlo.

En la historia de la humanidad, aparecen de tiempo en tiempo, de manera especial en épocas muy agitadas, como la nuestra, ciertas cosas. En el mundo antiguo, se las llamaba herejías. En el mundo moderno, se las llama modas.

El hereje (que también es el fanático) no es un hombre que ama demasiado la verdad; nadie puede amar demasiado la verdad. El hereje es un hombre que ama su verdad más que la verdad misma. Prefiere la verdad a medias que él ha descubierto, a la verdad completa que ha encontrado la humanidad. No le gusta ver su pequeña y preciosa paradoja atada con veinte perogrulladas en el paquete de la sabiduría del mundo.

Siempre se comete el mismo error fundamental: se supone que el hombre en cuestión ha descubierto una nueva idea. Pero, en realidad, lo nuevo no es la idea sino la separación de la idea.

Se puede encontrar todas las nuevas ideas en los libros viejos, sólo que allí se las encontrará equilibradas, en el lugar que les corresponde y a veces con ideas mejores que las contradicen y las superan.

Los grandes escritores no dejaban de lado una moda porque no habían pensado en ello, sino porque habían pensado también en todas las respuestas.

Nietzsche, como todos saben, predicó una doctrina que él y sus discípulos consideraron aparentemente muy revolucionaria; sostuvo que la moral comúnmente altruista había sido la invención de la clase esclava para evitar la emergencia de que tipos superiores la combatan y la dirijan.

Los modernos estén o no de acuerdo con ello, siempre se refieren a esa idea como a algo nuevo y jamás visto. Con calma y persistencia, se supone que los grandes escritores del pasado, digamos Shakespeare, por ejemplo, no sostuvieron esa idea porque jamás se le ocurrió, porque jamás la habían imaginado.

Recorramos el último acto de Ricardo III de Shakespeare y encontraremos no sólo todo lo que Nietzsche tenía que decir, resumido en dos líneas, sino también las mismas palabras de Nietzsche.

Ricardo el Jorobado dice a sus nobles:
Conciencia es sólo una palabra que usan los cobardes,
creada al principio para infundir terror a los fuertes.


Como ya he dicho, el hecho es evidente. Shakespeare había pensado en Nietzsche y en el jefe de la moralidad; pero le dio su propio valor y lo colocó en el lugar que le corresponde. Este lugar es la boca de un jorobado medio loco en vísperas de la derrota. Esta rabia contra los débiles es sólo posible en un hombre morbosamente valiente pero fundamentalmente enfermo; un hombre como Ricardo, un hombre como Nietzsche.

No se trata de que Shakespeare no viera la idea de Nietzsche; la vio pero también vio a través de ella.

La conclusión que nos concierne:
Lo que llamamos ideas nuevas son, generalmente, fragmentos de las viejas ideas. No es que una idea particular no se le ocurriera a Shakespeare. Es que, simplemente, encontró muchas otras aguardando para quitarles toda la tontería.


G. K. Chesterton

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