sábado

El aburrimiento y el divorcio en Chesterton

En el tiempo de Chesterton algunos matrimonios se hacían aburridos; ahora nacen en el aburrimiento.

Dice Chesterton: “lo cierto, sin duda, es que es perfectamente permisible y natural que uno se aburra con cualquier asunto, igual que es permisible y natural que uno se caiga del caballo, o pierda el sendero, o busque la respuesta de un acertijo al final del libro. Pero en ningún caso se trata de un triunfo: como mucho es una derrota. Desde luego no tenemos ningún derecho a deducir de antemano que el fallo radica en el caballo o en el asunto en cuestión. Una prueba de todo ello se puede encontrar, por ejemplo, en la rebeldía contra la familia que demuestran hoy, en casi todo el mundo, los innumerables millones de genios absolutamente excepcionales que renuncian a los vínculos familiares porque la familia no les entiende o les aburre. En algunos casos aislados no hay duda de que tienen razón y en casi todos los demás es posible que la tengan. Pero, en el fondo, a uno le queda la siniestra y profunda convicción de que dichas secesiones se reducirían de pronto a la nada si los secesionistas considerasen por un segundo su aburrimiento como un fallo propio y no de su familia”.

Y es también para mí una profunda convicción que el aburrimiento del que habla Chesterton con el consiguiente fracaso matrimonial, es algo que debería tratarse como una enfermedad, una enfermedad del alma, de un alma incapaz de entregarse, de ilusionarse, de darse generosamente al otro, de renunciar a ser el único protagonista, de soñar sueños imposibles. Hay algo en el divorciado que ha quebrado, algo muy hondo, pero que comenzó ese camino hacia el fracaso, normalmente, por una menudencia.

Por un lado estaba uno que esperaba llegar a casa y descansar, que para eso había trabajado al agotamiento. La mujer, por igual motivo, llega en las mismas condiciones. Los hijos no entienden qué pasa que no les atienden. La comunicación no existe porque el proyecto común se ha ido resquebrajando. El hogar se convierte en una especie de isla desierta donde está la salvación del náufrago, pero es “isla desierta”. No se llega ahí para explorar la isla y construir el vivac, se va sencillamente a sobrevivir hasta el próximo viaje.

No hay poesía porque uno espera todo del otro y no da nada. Y, aunque ceden ambos lo hacen con mala gana. Porque el amor pasional no ha pasado al amor sereno, porque la fidelidad se quiebra con el filtreo, porque, en muchos casos, ambos son cómplices silenciosos de hijos que no vinieron y de los que no pueden hablar.

Y claro, el aburrimiento es el final de un proyecto que nació mezquino.

En los tiempos de Chesterton, normalmente el proyecto comenzaba grande y se hacía pequeño en los fracasos, las pequeñas dejaciones y abandonos. Era la ilusión pero no la acción. Ahora ¿si ya cuando se casan, si se casan, son ya viejos, qué ilusión se extrema?

La salvación del proyecto que nació con aguas pasará muchas veces a través del llanto del arrepentimiento, del recomenzar juntos sabiendo que nunca es tarde para la empresa del amor de verdad, sin añorar lo que por la moda y el capricho se ha perdido y no volverá.

Hoy debemos comenzar a curar matrimonios que nacieron aburridos antes de empezar.


Federico Rodríguez de Rivera Rodríguez
Colaborador de Pensamiento Católico - España

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