jueves

El Rezo del Avemaría y la Guarda de la Pureza

Se confesaba en Roma con el famoso apóstol jesuita P. Zucci un joven que con bastante frecuencia caía en pecados deshonestos. Le proponía el confesor muchos remedios, pero siempre volvía con los mismos pecados.

Sin saber ya qué hacer, le recomendó que se consagrase a la Santísima Virgen y que rezase todos los días al levantarse y acostarse la siguiente oración:

¡Oh Señora mía, oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a Vos, y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día (en esta noche) mis ojos, mis oídos, mi lengua, mis manos, mi corazón. En una palabra: todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. A continuación de esta oración le exhortó encarecidamente que rezara un Avemaría.

Cuatro años más tarde, después de un largo viaje, volvió el citado joven a confesarse con el mismo padre, y éste quedó maravillado al comprobar que en todo este tiempo de su larga ausencia no había cometido ningún pecado contra la virtud de la castidad.

Le preguntó entonces el confesor: “¿Cuál es la causa, hijo mío, de que hayas guardado tan fielmente la pureza?”. He aquí la respuesta: “La devoción a la Virgen y el rezo del Avemaría. Cuando yo la llamaba sentía claramente que Ella me defendía”.



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