jueves

¿Procrear o Producir?

En la fecundación artificial se sustituye el acto de procreación por un acto de producción. El acto de unión conyugal por un procedimiento industrial. Esto no tiene nada que ver con las intenciones o sentimientos de las personas involucradas. Es una realidad objetiva.


Un hijo o una hija no es nunca un producto técnico. Se oye por ahí decir muchas veces que las parejas tienen el derecho a un hijo. Ya en esa frase tan inocente se halla el germen de la desviación tecnológica del acto conyugal. Porque lo que se llama tener derecho es algo que vale de las cosas o de los actos: tengo derecho a ir al cine, tengo derecho a mi casa. Pero no se puede decir en la misma forma que yo tengo derecho a una persona; a las personas no se tienen derechos: dentro del matrimonio yo tengo derecho a los actos que conducen a tener un hijo. Derecho al hijo tendría sólo si el hijo fuera una cosa.


¿Qué pasa con la producción? Voy directamente a algo que toca muy de cerca de la fertilización in vitro: toda forma de producción tiene subproductos, tiene desechos industriales. Y –por buena que haya sido la intención primitiva- ocurre que la producción industrial de hijos ha creado el problema de los desechos, y los principales desechos son aquí los embriones humanos.

Es normal que después de un caso de fertilización asistida queden embriones sobrantes. Y pasa lo mismo que con cualquiera industria: las sobras y los desechos se van acumulando, y en un momento están allí para recordarnos simplemente que ha habido un proceso industrial, productivo, en marcha.

Entonces no se me puede decir que cuando hablo de racionalidad tecnológica y digo que con ella se ha sustituido a la racionalidad unitiva del acto conyugal, esté yo diciendo cosas sutiles o enredadas que no pueden ser tomadas en cuenta por quienes están afligidos y buscan remedio al mal de su esterilidad. Los miles de embriones congelados en el mundo atestiguan que esa distinción entre unitivo y tecnológico es bien real.


La raíz del problema es que se hace difícil respetar de verdad a las personas humanas, cuando no nos son útiles. Si pensáramos que la vida de una persona es sagrada no podríamos usarla en un proceso industrial. Y si no pensamos que es sagrada, entonces es lícito poner muchas más cosas en cuestión. Se darán vidas de primera, de segunda y de tercera. Vendrán –como ya han venido- importantes bioéticos que piensan que un animal sano es más valioso que un niño congénitamente enfermo. Será lógico ponerle precio a la vida de los viejos o de los enfermos incurables, y recurrir a la eutanasia. Todos conceptos que eran abominables hasta hace poco y que han entrado como por la puerta ancha.


Yo creo que se entiende, no tanto porque se cuestione la condición del embrión humano. En efecto, estamos en una época en la que se le han negado derechos fundamentales al feto. ¿Por qué no se le habrían de negar al embrión? Más todavía, hay quienes se los niegan a los ancianos, a los enfermos desahuciados o inútiles. ¿Por qué habría de irles mejor a los embriones? A mí me parece que la postura tolerante frente al aborto, o a la experimentación o a la manipulación de embriones no sería posible si no existiera un trasfondo de menosprecio por la persona humana en general. Es paradójico que si uno le dice esto a algunas personas, ellas le dirán que la ética moderna se nutre del respeto a las personas humanas.

JUAN DE DIOS VIAL CORREA
Revista Humanitas Nº5

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