miércoles

La alegría, caridad exquisita

...Buscar el rostro de Cristo en el rostro del prójimo es el único criterio que nos garantiza amar en serio a todos, superando antipatías y meras filantropías. Un jovencito, escribió el viejo arzobispo Perini, llama una noche a la puerta de una casa: tiene el vestido de fiesta, una flor en el ojal, pero, dentro, el corazón le late fuerte: ¿quién sabe cómo la chica y sus familiares acogerán el pedido de matrimonio que él viene tímidamente a hacer? Viene a abrir la chica en persona. Una ojeada y el rubor, el placer evidente (falta la "furtiva lágrima") de la señorita lo aseguran; el corazón se le ensancha. Entra; está la madre de la chica; le parece una señora simpatiquísima, hasta le darían ganas de abrazarla. Está el padre; lo ha encontrado cien veces, pero esta noche le aparece transfigurado de una luz especial. Más tarde llegan los dos hermanos; brazos al cuello, saludos calurosos. Se pregunta Perini: ¿Qué sucede en este jovencito? ¿Qué son estos amores nacidos de golpe como hongos? Respuesta: no se trata de amores, sino de un amor sólo: ama a la chica y el amor dado a ella lo difunde sobre todos sus parientes. Quien ama en serio a Cristo no puede negarse a amar a los hombres, que de Cristo son hermanos. Aún siendo feos, malos y aburridos; el amor los debe transfigurar un poco. Amor simple. A menudo es el único posible. Nunca he tenido la ocasión de tirarme a las aguas de un torrente para salvar a uno en peligro; muy a menudo me pidieron que prestara algo, que escribiera cartas, que diera modestas y fáciles indicaciones. Nunca he encontrado un perro hidrófobo por la calle; en cambio, tantas moscas y mosquitos fastidiosos; nunca tenido perseguidores que me golpearan; pero tantas personas que me molestan cuando hablan fuerte por la calle, con el volumen de la televisión demasiado alto o, tal vez, cuando hacen un cierto ruido al tomar la sopa. Ayudar como se pueda, no tomárselo a mal, ser comprensivos, mantenerse calmos y sonrientes (¡lo más posible!) en estas ocasiones, es amar al prójimo sin retórica pero en un modo práctico. Cristo ha practicado mucho esta caridad. ¡Cuánta paciencia al soportar los litigios que los Apóstoles tenían entre ellos! Cuánta atención para dar coraje y alabar: "Nunca encontré tanta fe en Israel", dice del Centurión y de la Cananea. "Vosotros os habéis quedado conmigo también en los momentos difíciles", dice a los Apóstoles. Y una vez pide por favor la barca a Pedro. "Señor de toda cortesía", lo dice Dante. Sabía ponerse en lugar de los otros; sufría con ellos: protegía, defendía además de perdonar a los pecadores: así Zaqueo, así la adúltera, así la Magdalena. ... Carnegie cuenta de aquella señora que, un día hizo encontrar a sus hombres, marido e hijos, la mesa bien preparada y adornada, pero con un puñado de heno en cada plato. "¿Qué? ¿Heno nos das hoy?, le dijeron. "¡Oh, no!, respondió, os traigo enseguida el almuerzo. Pero dejad que os diga una cosa: hace años que os hago de comer, trato de variar, una vez el risotto, otra el caldo, ahora el asado o el húmedo, etc. Nunca que digáis: "¡Nos gusta, has sido buena!". ¡Decid, por favor, una palabra, no soy de piedra! ¡No se puede trabajar sin un reconocimiento, un estímulo, para sólo el rey de Prusia!". Puede ser menuda también la caridad desprivatizada o social. Se está desarrollando una huelga justa: puede ser que ella me provoque disgusto a mí, que no estoy directamente interesado en la cuestión. Aceptar el disgusto, no murmurar, sentirse solidarios con los hermanos que luchan por la defensa de sus derechos, es también caridad cristiana. Poco notada, no por esto menos exquisita. Una alegría mezclada al amor cristiano. Aparece ya en el canto de los Ángeles en Belén. Forma parte de la esencia del Evangelio que es "alegre novedad". Es característica de los grandes santos: "Un Santo triste, decía Santa Teresa de Ávila, es un triste santo". "Aqui, nosotros, agregaba Santo Domingo Savio, nos hacemos santos con la alegría". La alegría puede convertirse en caridad exquisita... El irlandés de la leyenda que, muerto imprevistamente, llegó al tribunal divino, estaba no poco preocupado: el balance de la vida se revelaba más bien magro. Había una fila delante de él; se quedó a ver y a oír. Luego de haber consultado el gran registro, Cristo dijo al primero de la fila: "Encuentro que tenía hambre y tú me has dado de comer. ¡Bien! ¡Pasa al Paraíso!. Al segundo: "Tenía sed y tú me has dado de beber". A un tercero: "Estaba en la cárcel y me has visitado". Y así sucesivamente. Para cada uno, que era enviado al Paraíso, el irlandés hacía un examen y encontraba de qué temer: él, no había dado ni de comer ni de beber; no había visitado ni presos ni enfermos. Llegó su turno, temblaba, mirando a Cristo que estaba examinando el registro. Pero he aquí que Cristo levanta los ojos y dice: "No hay escrito mucho. Pero algo has hecho también tú: estaba triste, desconfiado, envilecido: viniste, me contaste chistes, me hiciste reír y dado entusiasmo de nuevo. ¡Paraíso!". Es un chiste, de acuerdo, pero subraya que ninguna forma de caridad hay que dejarla de lado o subvalorarla.
Cardenal Albino Luciani (Juan Pablo I)

Ejemplos Marianos

San Marcelino Champagnat, el fundador de los Hermanos Maristas, tuvo que ir en Febrero de 1823 a visitar a un moribundo en una montaña en pleno invierno. Él y su acompañante se perdieron del camino, porque todo estaba lleno de nieve y era de noche. Después de andar y mucho rato por entre la nieve, cuando estaba ya para morirse de frío, el viento era cada vez mas fuerte y helado, Marcelino le dijo al hermano que lo acompañaba: "Amigo mío, estamos perdidos si la Virgen no viene a socorrernos; acudamos a Ella y pidámosle que nos saque del peligro en que nos hallamos de perder la vida en medio de estos montes y de esta nieve". Con todo fervor rezaron aquella oración: «Acordaos oh Madre Santa que jamás se ha oído decir que alguno que haya implorado vuestra ayuda, haya quedado sin tu auxilio recibir. Por eso con fe y confianza humilde y arrepentido, lleno de amor y esperanza este favor os pido» Unos momentos después el otro hermano cayo desmayado de asfixia y de frío y cansancio. El Padre Champagnat trataba de reavivarlo para que no fuera a morir allí entre la nieve, y cuando llevándolo casi en peso, había caminado como cien metros, de pronto vio una luz que se movía. Dio gritos, y al poco rato llegó un campesino, los llevó a su ranchito que estaba allí cerca, escondido entre la nieve, y los salvo de morir aquella noche entre la nieve. La Virgen los había salvado. Preguntado después el campesino por que salió aquella noche de su casa con una antorcha encendida, respondió: "Yo nunca salgo de noche fuera de mi casa en invierno. Pero esa noche sentí una inspiración, como una voz dentro del alma que me urgía a dar una vuelta con la antorcha encendida alrededor de la casa, y apenas estuve fuera empecé a escuchar los gritos del Padre que pedía auxilio. Si no los hubiera llevado aquella noche a mi casa, habrían amanecido muertos por congelación en aquel páramo". Nuestra Señora nunca deja una oración sin atenderla.
P. Eliécer Salesman

jueves

La horrible palabra dogma

Es bastante típico de nuestra época confusa, llena de fuegos fatuos irreflexivos, el hecho de que la palabra dogma se haya convertido para muchos casi casi en un improperio.

Se habla de postura dogmática y con ello se quiere decir postura ergotista. Se califica a una persona de dogmática y con ello se pretende expresar que es un testarudo obstinado. Se proclama con indignación que en la época actual no queda ya lugar para dogmas. Pero el mayor reproche va dirigido a las iglesias, acusándolas de dogmatismo extremado en sus doctrinas.

El maestro que nos enseña que dos por dos son cuatro nos está enseñando un dogma, un dogma aritmético. Naturalmente soy muy libre de desconfiar de él considerándole un testarudo obstinado y ergotista. Pero si quiero llegar a algún resultado en aritmética, no tendré más remedio que aceptar su dogma globalmente. Claro que en este caso resulta fácil de comprobar. En otros terrenos es a veces más difícil.

Pero el concepto de dogma no queda agotado con la traducción de la palabra griega. Un dogma es un artículo de fe o de doctrina, que es obligatorio aceptar si se desea pertenecer al credo o doctrina correspondiente, y la aceptación del dogma o de los dogmas es lo que constituye la calidad de socio. Y no existe ninguna doctrina -tanto si es religiosa como política o científica- que no tenga dogmas: No existe, ni puede tampoco existir, pues la falta de dogmas sería la libertad sin límites, y la libertad sin límites es la anarquía, es decir, lo contrario de una doctrina.

Toda doctrina establece límites. El liberal tiene que creer en los principios del liberalismo, pues de lo contrario no será liberal. El cristiano, cualquiera que sea su confesión, deberá creer en Cristo, pues de lo contrario no será cristiano.

Los cristianos, los judíos y los mahometanos creen en el dogma: «NO hay más que un solo Dios». Quien cree en quince dioses o en dos o en setecientos, no podrá ser ni cristiano, ni judío, ni mahometano. En todas las doctrinas existen cuestiones facultativas, que pueden aceptarse, pero que no es obligatorio aceptar.

Los dogmas son simplemente aquellas cosas que estamos obligados a aceptar si queremos «pertenecer a ello», son el hueso duro del fruto y sin él no puede haber fruto.

La sangre es líquida, los tendones y músculos son elásticos, los tejidos son blandos, pero los huesos tiene que ser duros, si queremos caminar derechos.



Louis de Wohl
Fuente: Conoze.com
Google+