jueves

La historia se repite

Cuando en 1492 Cristóbal Colón y sus compañeros vieron por primera vez a los habitantes de América nadie tuvo la menor duda de que se trataba de seres humanos. Si bien su atuendo y el color de piel eran diferentes, eran muchas más las semejanzas que los hermanaban. Pero algunos conquistadores no tardaron en advertir lo útil que podía ser considerar "infrahumanos" a los indígenas. Hoy la historia se repite.

Nadie ponía en duda que en el vientre de una madre encinta hay un ser humano que se desarrolla, que siente y que debe ser protegido. Los indígenas podían ser esclavizados y utilizados para todos los trabajos que un europeo no quisiera realizar y sin derecho a recompensa. ¿Cómo podrían defenderse ante el poder militar de Europa? Sólo se necesitaba el reconocimiento público de su inferioridad. Fue así como inició un encendido debate en defensa de los indios, encabezado por Fray Francisco de Vitoria y otros dominicos en la Universidad de Salamanca. "Son seres humanos con los mismos derechos que nosotros".

Tan iguales que acabaron por fundirse con Europa en una sola cultura que hoy llamamos latinoamericana.

Pero ¿por qué tuvieron que ser unos frailes quienes defendieran los derechos humanos? ¿Acaso se trataba de una cuestión religiosa? Hoy basta ponernos de acuerdo sobre la inferioridad del no nacido para poder eliminarlo. Un papel declara públicamente que no tenemos la misma dignidad, para nuestro beneficio. ¿Por qué tiene que ser la Iglesia la que defienda los derechos humanos? ¿Se trata de una cuestión religiosa?

¿Y si alguien pretendiera legalizar el asesinato de niños indígenas para utilizar sus órganos con fines terapéuticos o simplemente para que no sufran la pobreza y el hambre? Tan solo plantearlo da vergüenza. ¿Qué clase de nación es aquella que no es capaz de ofrecer a sus hijos nada mejor que la muerte? Ciertamente hay algunos seres humanos que no tienen sangre indígena en sus venas, pero absolutamente todos hemos sido un feto y un embrión.

Es verdad que, tristemente, aún hoy conocemos casos indignantes en que los indígenas son tratados como animales. Pero sabemos que ningún ser humano sensato permitiría una ley que lo legitimara. Sabíamos que, desgraciadamente, había abortos clandestinos. Pero también sabíamos que nuestra sociedad no pactaba con el asesino. Hoy, sin embargo, no podemos decir lo mismo.

Hoy no podemos estar tan orgullosos de ser hombres porque ya no somos todos iguales. Hoy estamos de luto, y lo estaremos hasta el día en que podamos volver a decir que en el mundo todos los seres humanos valemos lo mismo.



Fernando Morales-Gama
Colaborador de Pensamiento Católico

¿Todas las religiones son iguales?

El tema de la libertad religiosa lleva a muchos católicos a confusión. Muchos creen que libertad religiosa viene a significar que da lo mismo ser de una religión o de otra, de una iglesia o de otra.

[...] Libertad religiosa no significa que todas las religiones sean igualmente buenas. Libertad religiosa no significa que uno pueda escoger la religión que quiera con la misma indiferencia con que se puede apuntar a un club de fútbol o a otro, puesto que los equipos de fútbol son todos moralmente indiferentes. No hay ninguna razón moral para elegir un equipo de fútbol u otro. Moralmente hablando, todos son iguales. No ocurre lo mismo cuando se trata de la religión.

Las religiones no pueden ser todas igualmente buenas porque son contradictorias entre sí, y dos afirmaciones contradictorias no pueden tener las dos razón al mismo tiempo.

Si yo digo que Cervantes nació en España y otro dice que nació en inglaterra, no podemos los dos tener razón al mismo tiempo. Si nosotros creemos en el misterio de la Santísima Trinidad, es decir, que en Dios hay tres Personas distintas, y los testigos de Jehová lo niegan, no podemos tener razón los dos al mismo tiempo. si nosotros creemos en la Eucaristía y los luteranos no, no podemos tener razón ambos.

[...] El Concilio Vaticano II, en su documento sobre la libertad religiosa, dice: «El hombre tiene obligación de buscar la verdad, y la verdad total se encuentra en la Iglesia católica.»


[...] No podemos contentarnos con una verdad fragmentada. Las medias verdades son las peores mentiras, porque tienen la apariencia de verdad. Para que una cosa sea buena debe serlo totalmente, no basta que sea parcialmente buena. [Por ejemplo] Si me voy a comparar una chaqueta y tiene un agujero en el codo, no la quiero aunque las solapas estén bien.


P. Jorge Loring

Algunas preguntas sobre Santa María

1. ¿Quién es la Virgen María?


María, es la Mujer con la cual se abre la promesa en la antigua alianza (Gn 3, 15) y con la cual cierra Simeón la antigua profecía (Lc 2,25-35). Es la Mujer que mayor contacto ha tenido en la historia con la Santísima Trinidad. El Padre la eligió entre todas las mujeres, El Espíritu Santo engendró al Hijo de Dios en sus entrañas y la Segunda Persona tomó carne y sangre en su vientre.

Si por Eva entró el pecado en el mundo, por la Virgen María entró la salvación.



2. ¿Por qué María es centro de ataques hoy en día?


Desde el Génesis fue profetizada la "enemistad entre la Mujer y el demonio" (Gn 12, 13-18). También esta escrito que éste le hará la guerra a la descendencia de la Mujer. esta es la razón por la cual María es centro de controversia.


3. ¿Por qué la iglesia llama a María Madre de Dios?


En el evangelio de Lucas 1, 39-45, Isabel, sintiendose llena del Espíritu Santo, dijo:"¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?"

La palabra griega para "Señor" que utiliza Isabel es Kyrios que es la misma que se utiliza en la versión griega del Antiguo Testamento para traducir "Adonai". Cuando una persona habla bajo la unción del Espíritu Santo es El quien habla, luego fue el mismo Espíritu Santo quien llamó a María, Madre de Dios.


Frank Morera

domingo

Cristo Rey

[...] Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas.

Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad.

Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos.

Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad(Ef 3,19) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino (Dan 7,13-14); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

[...]

23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad.

Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad.

Se comenzó por negar el imperío de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.

Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.


La fiesta de Cristo Rey


25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador.
Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad.

Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.

Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad. [...]



PIO XI
extraído de:
Carta Encíclica QUAS PRIMAS

miércoles

El trabajo expresión del Amor

El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José.



Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo.




El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.



23. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre». [1]



La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey».[2]



24. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».[3]





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[1] Carta Encícl. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 9: AAS 73 (1981), pp. 599 s.
[2] Cf. Carta Encícl. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 24: AAS 73, 1980, p. 638. Los Sumos Pontífices en tiempos recientes han presentado constantemente a san José como «modelo» de los obreros y de los trabajadores; cf., por ejemplo, León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 180; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): l.c., pp. 314-316; Pío XII Alocución (11 de marzo de 1945), 4: AAS 37 (1945), p. 72; Alocución (1º de mayo de 1955): AAS 47 (1955), 406; Juan XXIII, Radiomensaje ( 1º de mayo de 1960): AAS 52 ( 1960), p. 398.
[3] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969): Insegnamenti, VII (1969), p. 1268.

Mediadora de todas las Gracias

¿Qué se entiende por mediación Universal?

"Al oficio de mediador", dice Santo Tomás [1], "corres­ponde el acercar y unir a aquéllos entre quienes ejerce tal oficio; porque los extremos se unen por un intermediario".



Ahora bien, unir los hombres a Dios es propio de Jesucristo que los ha reconciliado con el Padre, según las palabras de San Pablo (II Cor., v 19): "Dios reconcilió al mundo consigo mismo en Cristo. Por eso sólo Jesucristo es el perfecto mediador entre Dios y los hombres, cuanto por su muerte reconcilió con Dios al género humano." Igualmente, después de decir San Pablo: "Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hecho hombre", continúa: "que se ha entregado en rehén por todos. Nada impide, sin embar­go, que, en cierto modo, otros sean dichos mediadores entre Dios y los hombres, en tanto cooperan á la unión de los hombres con Dios, como encargados o ministros."


En este sentido, añade Santo Tomás [2] los profetas y sacer­dotes del Antiguo Testamento pueden llamarse mediadores; y lo mismo los sacerdotes de la nueva Alianza, como ministros del verdadero mediador.


"Jesucristo", continúa el Santo [3], "es mediador en cuanto hombre; porque en cuanto hombre es como se encuentra entre los dos extremos: inferior a Dios por naturaleza, supe­rior a los hombres por la dignidad de su gracia y de su glo­ria. Además, como hombre unió a los hombres a Dios en­señándoles sus preceptos y dones, y satisfaciendo por ellos."



Jesús satisfizo como hombre, mediante una satisfación y un mérito que de su personalidad divina recibió infinito valor. Estamos pues ante una doble mediación, descendente y as­cendente, que consistió en traer a los hombres la luz y la gracia de Dios, y en ofrecerle, en favor de los hombres, el culto y reparación que le eran debidos.


Nada impide pues, que, como acabamos de decir, haya otros mediadores secundarios, como lo fueron los profetas y los sacerdotes de la antigua Ley para el pueblo escogido. Por eso podemos preguntarnos si no será María la mediadora Universal para todos los hombres y para la distribución de todas y cada una de las gracias.



San Alberto Magno habla de la mediación de María como superior a la de los profe­tas, cuando dice: "Non est assumpta in ministerium a Domi­no, sed in consortium et adjutorium, juxta illud: Faciamus el adjutorium simile sibi" [4]; María fue elegida por el Señor, no como ministra, sino para ser asociada de un modo espe­cialísimo y muy íntimo a la obra de la redención del género humano.


¿No es María, en su cualidad de Madre de Dios, natural­mente designada para ser mediadora universal? ¿No es real­mente intermediaria entre Dios y los hombres? Sin duda, por ser una criatura, es inferior a Dios y a Jesucristo; pero está a la vez muy por encima de todos los hombres en razón de su maternidad divina, "que la coloca en las fronteras de la divinidad" [5], y por la plenitud de la gracia recibida en el instante de su concepción inmaculada, plenitud que no cesó de aumentar hasta su muerte. Y no solamente por su maternidad divina era María la designada pará esta función de mediadora, sino que la reci­bió y ejercitó de hecho.


Esto es lo que nos demuestra la Tradición [6], que le ha otorgado el título de mediadora universal [7], aunque subor­dinada a Cristo; título por lo demás consagrado por la fiesta especial que se celebra en la Iglesia universal.


Para bien comprender el sentido y el alcance de este título, consideremos que le conviene a María por dos ra­zones principales:


1º, por haber ella cooperado por la satis­facción y los méritos al
sacrificio de la Cruz

2º, porque no cesa de interceder en favor nuestro y de
obtenernos y distri­buirnos todas las gracias que recibimos del cielo.

Tal es la doble mediación, ascendente y descendente, que debemos considerar, para aprovecharnos de ella sin cesar.






R. P. Garrigou-Lagrange O. P.
Extracto de: "Las tres edades de la vida interior"
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[1] III, q. 26, s. 1.
[2]lbid, a. i, ad i.
[3] Ibid., a. 2.
[4] Mariale, 42.
[5] Cajetanus.
[6] J. Bittremieux, op. cit.
[7] G. FRIETOFF, O. P., Angelicum, oct. 1933, pp. 469-477.
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