Originalmente titulada The Nativity Story (‘la historia, el cuento o el relato de la Navidad’), la película narra precisamente eso: la historia del nacimiento de Jesús. Aunque podríamos conversar sobre diferentes elementos, quiero concentrarme en el que me resultó más divertido: los tres reyes magos.
Vale la pena observar que estos tres hombres, que en la tradición local llamamos reyes magos, no son llamados así en todo idioma. En inglés, por ejemplo, son llamados wisemen ‘hombres sabios’, (lo que no está lejos de wizard, generalmente traducido como ‘mago’ pero asociado más al conocimiento que al ilusionismo). Se trata, en fin, de tres hombres de un país lejano, muchas veces identificado con Persia o los pueblos mesopotámicos, que por su conocimiento de los astros o las ciencias místicas antiguas, o sabe Dios qué cosas, llegaron a saber que ocurriría algo extraordinario. Acá me detengo.
En esta pequeña reflexión, me interesa tomar estos personajes de la película como metáfora de una gran verdad. La búsqueda de la verdad, el seguimiento de Cristo, la vida cristiana —contra lo que algunos piensan— no es para tontos.
Melchor, Gaspar y Baltasar, en esta película, son tres hombres sabios, dedicados a la investigación, a la lectura, a elevadas discusiones académicas, a compartir el conocimiento más profundo. Es decir, no son tres ignorantes ni tres embusteros; tampoco son tres ilusos engañados por una fantasía. No son tres hombres que creen lo que les da la gana; son tres hombres que pasan su vida buscando la verdad. Y en su afán, son capaces de reconocer los signos que anuncian la venida del Rey de Reyes.
En la película, de los tres solo uno quiere salir a seguir la estrella. Los otros dos prefieren quedarse en casa. Es que seguir la estrella que anuncia al Esperado exige mucho: dejar comodidades, renunciar a lo habitual, salir del instalamiento, arriesgarse, exponerse a lo desconocido, enfrentar peligros inesperados, emprender un viaje cuya ruta no se sabe de memoria, sin mapas perfectos ni descansos asegurados. Y es que la vida cristiana es precisamente eso: la gran aventura de seguir a Jesús no promete facilidades sino sacrificios; no ofrece placeres sino amor; no plantea gustos sino realización plena por medio de la entrega más generosa y la nobleza más profunda. La vida cristiana no es para mediocres.
A pesar de sus negativas iniciales, Gaspar y Baltasar deciden seguir a Melchor en la búsqueda del Rey que ha de nacer. Simpática expresión de que el camino hacia el Señor no se hace solos; se hace en comunidad, entre los amigos más entrañables, en compañía de amigos verdaderos, de esos que superan el miedo al peligro para ir contigo a la muerte y más allá. Y, como bien muestra la película, es un camino lleno de alegrías, bromas, conocimiento personal y mutuo, experiencias de crecimiento y maduración. La vida cristiana se hace en comunidad.
Finalmente, el encuentro esperado. Entonces, hasta el más quejón y engreído reconoce que el viaje valió la pena. Aquel que presumía de saber mucho solo sabe arrodillarse para contemplar el esplendor de la verdad. Y aquel que perseveró hasta el final ve sus esfuerzos realizados y sus deseos más profundos convertidos en el regalo más lindo de todos: la verdad, el amor, la vida hechos niño por nuestra salvación. Es que la vida cristiana es para perseverantes, a quienes se les ha prometido que al final del camino verán a Dios.
Un último comentario: la vida cristiana no es aburrida, no es monótona, no es inútil. Es como ese viaje larguísimo que tres hombres emprendieron desde oriente para conocer al Dios-con-nosotros. Es la aventura más grande de todos los tiempos.
Juan Espejo Bossio
Pensamiento Católico-Perú
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1 comentario:
Muy bonito y edificante
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