Ésta es una sentencia muy importante porque contiene la definición misma de la fe; y su promulgación y su recompensa.
Algunos dicen: "¡Qué dichosos hubiésemos sido de haber vivido en los tiempos de Cristo y haberlo visto con nuestros ojos!". Cristo dijo lo contrario.
Esta es la exclamación ingenua del bárbaro Clodoveo, primer Rey de Francia: "¡Ah! ¡Si hubiese estado yo allí con mis francos!". Pero si hubiese estado, posiblemente hubiese ayudado a crucificarlo. De hecho, es muy posible que hubiese algún franco allí entre los sayones del Calvario: desde Augusto, los franceses andaban enganchándose en el Ejército Romano; y buenos soldados salieron, por cierto. El mejor regimiento romano, la Legión Décima, con el cual julio César conquistó la Inglaterra, estaba entonces, 86 años después, de guarnición en Jerusalén: y estaba llena de galos.
Para salvarse es necesario volverse contemporáneo de Cristo; eso es la Fe; es decir, que Cristo debe volverse para nosotros una realidad contemporánea y no una imagen histórica: no hay que creer en participio pasado sino en participio activo indefinido: en eternidad.
Muchísimos de los coetáneos no fueron coetáneos espirituales de Cristo: estaba allí delante pero no lo vieron, lo vieron mal, vieron "la figura del siervo", al hombre, al sedicioso; no fueron contemporáneos: en vez de mirar lo que estaba allí, miraron atrás, miraron a David y a Salomón, a los Macabeos, a la figura histórica que ellos se habían hecho del Mesías. Saber historia es peligroso: quiero decir, saber poca historia.
Somos más dichosos nosotros, no porque "nuestra fe es más meritoria", como dicen los libros de devoción, sino porque en cierto sentido es más fácil y más perfecta. "Os conviene a vosotros que yo me vaya; por eso me voy", dijo Cristo a los Apóstoles antes de la Ascensión.
En su Profesión de fe del Vicario Saboyano, Rousseau prácticamente exige a Cristo que venga Él en persona a instruirlo si quiere que crea en El; y probablemente saldría disparando como los Guardias del Sepulcro; y después contaría el caso, así como los mismos Guardias, todo al revés.
[...] si Santo Tomás [...] hubiese creído enseguida a sus compañeros, Rousseau o Renán hubiesen dicho: "¿Ha visto cómo pasaron las cosas? Surgió un susurro entre las mujeres -ya sabemos cómo son las mujeres- de que había resucitado; y unos a otros lo iban propalando, a la manera de los rumores políticos; y enseguida lo creían, porque lo deseaban: y así se formó la leyenda de la Resurrección...".
Tomás dudó para que nosotros creyéramos. "Makárioi oi mée ídontes kaí pistéusantes."
Leonardo Castellani
Tomado de: Evangelio de Jesucristo, Ediciones Vortice, Buenos Aires 1997 pp. 167-170
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