Pero más tarde, cuando sus recursos se disiparon, comenzó a estar en la necesidad. Entonces hombres perversos fueron en su busca, y la desviaron de su buen fin. Finalmente hizo tan mala vida que llegó a prostituirse.
Los Padres lo supieron y se sintieron muy apenados. Entonces, llamaron al abba Juan Colobos, diciéndole:
"Hemos sabido que esta hermana vive mal, pero, mientras pudo, ella nos hizo caridad; ahora es nuestro turno devolverle la caridad y acudir en su auxilio. Ve entonces a buscarla y, según la sabiduría que Dios te dio, arregla este asunto".
Abba Juan fue entonces a su casa y dijo a la conserje: "Anúnciame a tu ama". Pero ella lo despidió diciendo: "Vosotros, al principio, habéis comido de sus bienes, y he aquí que ahora ella es pobre".
Juan pidió entonces: "Dile que tengo algo que le será muy útil". La anciana subió y habló de él a su ama. Esta reflexionó: "Estos monjes circulan siempre por la región del mar Rojo y encuentran perlas". Luego ordenó: "Deseo que me lo traigas".
Mientras él subía, ella se estiró sobre el lecho. Juan entró y se sentó a su lado. Mirándola a los ojos le dijo: "¿Qué tienes que reprochar a Jesús para haberte convertido en esto?" al oírlo, se puso tiesa. El, inclinando la cabeza, se echó a llorar amargamente.
Ella preguntó: "Abba, ¿por qué lloras?" El levantó la cabeza, luego la bajó y, llorando todavía, respondió: "Veo que Satán juega en tu rostro, ¿cómo no llorar?" Escuchando estas palabras dijo ella: "Es posible hacer penitencia, abba?" Como él respondiera afirmativamente ella pidió: "Condúceme donde tú quieras". "Vamos", dijo él, y ella se levantó. para acompañarlo. Juan observó que ella no tomó ninguna disposición con respecto a su casa, pero no comentó nada.
Cuando llegaron al desierto había anochecido. El, haciendo con arena una pequeña almohada la marcó con el signo de la cruz y le dijo: "Duerme aquí". Y, un poco más lejos, hizo lo mismo para él. Terminó sus plegarias y se acostó.
A medianoche se despertó y vio un camino luminoso extendiéndose desde el cielo hasta el cuerpo de la mujer y los ángeles de Dios conduciendo su alma. Entonces se levantó y le tocó el pie. Luego, al comprobar que estaba muerta, se arrojó de cara contra la tierra, suplicando a Dios. Y escuchó una voz que afirmaba:
"Una sola hora de penitencia le reportó más que la penitencia de muchos que perseveran en ella sin mostrar tal ardor".
Abba Juan Colobos
Extraído de: "APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO"
Extraído de: "APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO"
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