Un sacerdote católico, al darse cuenta de que los universitarios de color eran atraídos y conquistados por sectas no católicas y por masones, comprendió la necesidad de una labor exquisita y se dio a ella con todas sus fuerzas y con todos los medios a su alcance.
Muchísimo logro el sacerdote en este sentido. Tanto, que sus adversarios se alarmaron y escogieron un chino muy inteligente para que destruyera toda la labor del sacerdote.
El chino fue a este para que le instruyera en la religión cristiana, pero fue sincero desde un principio y le dijo claramente que el quería instruirse para así poderle atacar mejor y así poder destruirlo.
Puesta la confianza en Dios, se avino el sacerdote a este contrato. Pero en seguida fue a ver a una joven enferma y le suplico que ofreciera todos sus dolores a favor de un chino. Cada día este iba a instruirse en la religión cristiana, cada día el sacerdote telefoneaba a la enferma y cada día aumentaba los dolores de esta.
Un día, a una hora desacostumbrada, presentóse el chino y dijo:
Padre, no puedo más. Quiero recibir el Bautismo.
En seguida telefoneo a la casa de aquella enferma para comunicarle esta grata noticia, pero recibió esta contestación: “Acaba de morir”. Eso es ser verdadera luz del mundo y sal de la tierra.
(Del libro Ejemplos Predicables, Mauricio Rufino, Barcelona, Editorial Herder, 1962, pag 807, nº 1992)
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