Para muchas ideologías actuales, el hombre es un animal más, y nada hay en él que no sea pura materia. Con estas premisas ¿cómo podemos hablar de “valores” en el hombre? Es decir, ¿qué sentido tiene hablar de nobleza, fidelidad, sacrificio, amor desinteresado, limpieza de corazón?
Nos dirán que todo eso no es observable, ni experimentable, ni medible. Y que cuanto escapa a un concepto de ciencia de lo puramente material o útil (técnica) no es digno de ser tenido en cuenta por la inteligencia.
La idea es clara: la ciencia no sabe de valores, luego no es posible un conocimiento racional de los mismos. Responden a opciones puramente subjetivas o sociales; expresan emociones; pertenecen al mundo de lo inexpresable y de lo “mitico”.
La erosión del sentido de los valores alcanza hasta el valor de la misma ciencia. La mera razón, a veces, no convence ni a los científicos. El físico Max Planck afirmó desespéranzado: “Una nueva verdad científica generalmente no aparece de un modo tal que convenza a sus antagonistas. Más bien estos mueren y una nueva generación se familiariza desde el principio con la verdad”.
Pero sucede que para actuar como auténtico hombre, éste ha de saber antes qué es. Y no lo puede saber si se cierra y se niega a lo que le trasciende: a Dios. Solamente cuando el hombre tiene claro sentido de su existencia –viene de Dios y retorna a Dios- se sitúa dentro de las coordenadas reales de su existencia y puede entenderse verdaderamente a sí mismo y, consiguientemente, actuar en plenitud como hombre, tanto en su propia realización cuanto en sus relaciones interpersonales y en su actitud hacia la naturaleza.
Me atrevo a afirmar que cuando el hombre se cierra a todo sentido trascendente, la materia, que le rodea y que forma parte de él mismo, tiene suficiente fuerza para rebajar al hombre a su condición de “cosa”.
La razón técnica es extraordinariamente poderosa e inventiva en todos los terrenos. Es voluntad de Dios que la utilicemos, pues nos mandó, en el inicio de la creación, dominar la tierra. Pero lo hemos de hacer no marginando su plan y su voluntad. De lo contrario, ciencia y técnica carecen de sabiduría. Saben “cómo hacer” todo, pero ignoran el “para qué” –el sentido, a dónde va la humanidad- de cuanto hacen. Carecen del sabor de la verdad. Se equivocan acerca del ser del hombre. Carecen de la alegría del bien, porque son utilizadas contra los valores mismos del hombre.
Es que la negación del estado de criatura.-relación filial con Dios- es algo así como el principio del pecado: ser rebelde contra la realidad de la propia existencia y contra el Señor de la vida.
Cardenal Ricardo M. Carles
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