lunes

El científico


«El científico es el sacerdote de la Edad Moderna», se oye hoy con mucha frecuencia. Se alza la vista hacia él, se le mira con profundo respeto, se cree lo que dice (¿qué otro remedio nos queda? Él ha estudiado su asunto y nosotros no. El sabe...). Su palabra es dogma. Sus ornamentos son blancos. Y numerosos monaguillos le llenan de incienso con cualquier motivo.

Bien, hoy es un hombre considerablemente más razonable que hace unos cincuenta años. Entonces opinaba: «Sabemos muchísimo; dentro de un par de generaciones lo sabremos todo». Hoy dice: «¡Sabemos muy poco y cuanto más sabemos, tanto más comprendemos cuántas cosas nos quedan por saber y que la mayoría de las cosas probablemente no las sabremos jamás!». Y «Sabemos cada vez más y más, de cada vez menos y menos!».

No hace todavía cien años, el científico solía decir: «¡Sólo creo lo que veo!». Hoy sabe que precisamente de lo que ve es de lo que no puede fiarse; pues nuestros sentidos son toscos y poco dignos de confianza. Cuando sumergimos en el agua un palo recto, veremos un ángulo que en realidad no existe. El «sólido» cuerpo humano es en realidad una masa de células, y esas células a su vez son acumulaciones gigantescas de átomos que se mueven a velocidad de vértigo.

[...] cuando en El Álamo, en Nuevo Méjico, ascendió al cielo la espantosa seta venenosa de la primera bomba atómica, su principal constructor, el Dr. Robert Oppenheirner exclamó consternado: «Nosotros los físicos hemos inventado el pecado». Decir esto significa un gran paso adelante. Tarde o temprano todos comprenderán que la ciencia no es otra cosa que el intento del hombre por investigar la voluntad de Dios en la naturaleza.

Louis de wohl

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