«Hoy les ha nacido en la ciudad de David un
salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2, 11).
salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2, 11).
El hombre es un ser marcado por Dios. ¿Por qué decimos esto? Es que no hay cultura ni hombre alguno que no tenga a Dios dentro de su existir. Por ejemplo, si nos ponemos a pensar, nos damos cuenta de que vivimos en el año 2007. ¿Dos mil siete de qué? Y es que hasta la misma historia de la humanidad está marcada por este acontecimiento, el principal en la vida del hombre y de la creación misma. Sí: dos mil siete años desde la primera Navidad del mundo, es decir, de la Natividad, del nacimiento del esperado de los tiempos, del Salvador.
En la actualidad, vemos una Natividad profundamente marcada por la alegría, las emociones, los sentimientos más profundos y alegres, las grandes actividades familiares y personales. La gente viaja, se mueve de los sitios en los que está residiendo para pasar con los suyos el día de Navidad. Pero esta Natividad, está cada vez más marcada por el secularismo —pérdida de lo sagrado en la sociedad—, y se ha vuelto consumista, comercial.
Hace poco veía el anuncio de un conocido centro comercial de Lima, «¡Descubre el lado fashion de la Navidad!» rezaba el eslogan debajo de ellos. Ciertamente, cada vez más se nos trata como ignorantes: ¿qué lado fashion puede tener el nacimiento del Salvador del mundo, del esperado de los tiempos?
Desde Hong Kong, hasta Cuba —que desde 1997 considera la Navidad como un día de fiesta, cuando Fidel Castro decidió tener un «gesto de buena voluntad hacia el papa Juan Pablo II»— pasando por Rusia e incluso Mongolia —donde hasta hace poco no había ni un sacerdote católico—, todos, absolutamente todos, iluminan y embellecen sus calles con luces, jolgorio, adornos. En Hong Kong, los árboles navideños se yerguen en la calle principal, confundiéndose con los rascacielos al más puro estilo del Vaticano… pero mucha gente ignora lo que hace: la razón de tal alegría les es desconocida: no conocen a Cristo. Es triste que haya tanta gente —de hecho, la mayoría— que adorna los árboles, las calles, sus casas y demás, pero sin ninguna alegría navideña.
Muchas veces no estamos lejos de esa realidad. Nuestros corazones están lejos de Cristo o no lo quieren conocer. El Rey de Reyes, el rey del más rico y del más pobre, vino a enseñarnos que el camino de la felicidad total —aquella tan buscada y tan esquiva— consiste en la entrega. ¿Y de qué se trata esa entrega? Pues de la donación, del servicio, del amor, del sacrificio, del perdón. Pero no es una entrega cualquiera. La entrega que nos enseñó está enmarcada por la presencia del Padre amoroso y todopoderoso, que nos va indicando el camino de nuestra misión personal.
Pero el mundo no quiere oír esto; prefiere entregarse a su modo, amar las mentiras, las borracheras, los placeres ilícitos, la autoafirmación desordenada, el poder, el tener, el dinero, la vanidad (y esto sin mencionar el salvaje escapismo de la droga).
Las guerras, las enfermedades, los fracasos matrimoniales; todo ello nos habla de que algo está mal. ¿Acaso no es cierto que a veces vivimos sumergidos en un mundo de apariencias y superficialidad que nos convierte en enfermos y esclavos? ¿Acaso no muchas veces preferimos pasar nuestras vidas en medio de una constante bulla interior? Y, sin embargo, cuando por las noches estamos solos en nuestras camas, en la intimidad con nosotros mismos, tomamos conciencia de que la vida se pasa y se pasa, y mientras tanto no somos las personas que queremos o estamos llamados a ser.
Jesús, el niñito Dios, vino al mundo en un humilde pesebre de paja, entre vacas, burros y ovejas (sobre todo ovejas). No vino con autoridad portentosa ni escogió las grandes ciudades griegas o romanas. Tampoco se hizo un gran banquete por su venida. No. Vino en la humildad y en la dulzura del silencio; y, sin embargo, marcó nuestra historia.
Y Dios no escribe la historia al azar; la escribe con inteligencia, de acuerdo con un plan de amor. Por ejemplo, ¿es casualidad que el Pan de Vida haya nacido en Belén, ciudad judía cuyo nombre proviene del hebreo Bet-Lehem ‘casa del pan o la ciudad del pan’? No lo es, si consideramos que todo proviene de la mano de un Padre amoroso.
Y eso pide hoy, marcar nuestras vidas, nuestra sociedad, nuestra cultura; marcar a la humanidad, marcar a nuestras familias. Quiere que sepamos que no estamos solos en este mundo. Cristo nos muestra la única vida: Él mismo. Él nos enseña que el amor es más grande que el pecado, más grande que la muerte; que el sufrimiento y la enfermedad y, sobre todo, que no estamos solos en este mundo.
Con su humildad, Cristo nos enseña que uno vale por ser hijo de Dios, por el amor que Dios le tiene, por el plan amoroso que existe para cada uno. Uno puede confiar en eso porque Él nunca nos traicionará. Y junto con estas cosas, lo que es mejor: aquí no acaba todo.
No seamos como Herodes (rey de Judea), que sabía muy bien de la existencia del niño Jesús, pero quería encontrarlo no para adorarlo sino para apartarlo de su propio camino y el precio de su egoísmo costaría de la vida de pequeños inocentes «Una voz se escucha en Ramá, gemidos y llanto amargo: Raquel esta llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no existen» (Jr 31, 15).
«No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga el que ha de venir, aquel a quien le esta reservado, a quién rendirán homenaje las naciones» (Gn 49, 10). El Señor no escribe al azar, no escribe en vano; escribe en la humanidad con hechos historicos y reales. La Navidad es el homenaje de todas las naciones al Esperado: desde Cuba hasta Rusia, desde China hasta América, desde Europa hasta el África, desde el África hasta Oceanía. Por ello el cielo y la tierra toda entonan: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace» (Lc 2, 14).
Juan Beteta Lazarte
Pensamineto Católico-Perú
1 comentario:
Hola:
Me parece super interesante el enfoque que le diste a la Navidad. Lo mas importante que puedo resaltar es que el Nacimiento de Cristo es realmente todo un mensaje un mensaje de VIDA, de HUMILDAD, DE AMOR, DE SENCILLEZ, DE DONACIÓN, de la misma manera debemos celebrarla, compartiendo en humildad con todo el que necesita de nosotros, guiados por el amor a Dios y en EL a nuestros hermandos, demostrando ese amor con SENCILLEZ, DONÁNDONOS EN SERVICIO SOLIDARIO, para celebrar la navidad DEBEMOS HACERLO COMO JESUS LO HIZO EN SU PRIMER DIA DE VIDA. Gracias por tu aporte y tu enfoque creo que todos debemos reflexionar en el verdadero sentido de la NAVIDAD.
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