Y es que creo que el Perú, después del terremoto que sufrió el 15 de agosto, con las consecuencias que ha tenido, se ha convertido en un emblema de toda América Latina, de todos nuestros países, de nuestros hermanos hispanos que están en los EE. UU., en Canadá o en España. Es el testimonio de cómo en medio de las dificultades se revela un sustrato profundo que está en nuestra gente, que es la fe, y cómo esta fe ha sido un elemento que ha sustentado de manera especialísima a las personas en el Perú en estos días de tragedia, especialmente en la costa peruana.
He tenido la oportunidad de hablar con varios de los sacerdotes que fueron enviados por la arquidiócesis de Lima para proporcionar asistencia espiritual en medio del desastre, para que las personas no solamente recibieran el agua o el alimento indispensables para poder vivir, sino también el consuelo espiritual para seguir hacerlo con la dignidad de seres humanos. Y estos sacerdotes me contaban cómo en medio de la tragedia, la sensibilidad y la fe de las personas eran una realidad abrumadora y evangelizadora. Ellos se sentían evangelizados cuando llegaban a un pueblo y la gente, al verlos entrar vestidos como sacerdotes, los aplaudían, los aplaudían en medio de la tragedia.
En Pisco, por ejemplo, ciudad costera con un puerto muy importante, adonde llegó don José de San Martín, uno de los dos libertadores del Perú que luego proclamaría la independencia, la zona histórica ha quedado completamente arrasada. Un templo se vino abajo matando a entre 60 y 100 personas. Los cadáveres no han podido ser rescatados todavía de esta enorme pila de residuos, pues era un templo antiguo, grande y alto, con un gran frontis y dos campanarios. Y se vino abajo enterrando a las personas que en ese momento se encontraban dentro, entre ellas, al padre Emilio Sánchez. Y 29 horas después, cuando ya habían sido encontrados los restos de varias decenas de fieles que murieron en este derrumbe, encontraron vivo al sacerdote. Lo encontraron con el brazo roto, bastante deshidratado y pidiendo que lo dejaran con su pueblo, que no se lo llevaran. Obviamente los rescatistas tuvieron que llevárselo, pues presentaba un cuadro de deshidratación: imagínense ustedes, 29 horas enterrado en medio del polvo y con el brazo roto. Y la misma gente que había perdido familiares allí, que había rescatado a duras penas los cuerpos de sus seres queridos, cuando vieron salir al sacerdote y cuando, más tarde, vieron que se recuperaba intacta una imagen de san Martín de Porres de debajo de los escombros, gritaban «¡Milagro! ¡Milagro!». Es decir, esa misma gente miraba sobrenaturalmente; era capaz de ver la acción de Dios, su mano poderosa, en medio de esta tragedia.
Y estos sacerdotes me contaban cómo una y otra vez las personas daban esta muestra de fe, de anhelo, de deseo de Dios, de deseo de los sacramentos y de la gracia. Y también me contaban cómo en su constante marcha no encontraban ni una sola palabra de reproche, ni una interrogante del tipo «¿Por qué Dios lo ha permitido?».
De todos los sacerdotes, solo uno tuvo la experiencia de un adulto joven que se le acercó muy respetuosamente y ni siquiera le preguntó en primera persona, a pesar de tratarse, tal vez, de una duda propia; simplemente preguntó: «Padre, si una persona se pregunta por qué Dios ha permitido esto, ¿cuál sería la respuesta?». De esta forma, con mucho respeto, esta persona preguntó al sacerdote cuáles serían los motivos de Dios. El padre se lo explicó de un modo sencillo: «Mira, la razón exacta va a seguir siendo un misterio, el misterio del mal. Pero hay que recordar dos: cosas el desorden en la naturaleza lo introdujo el hombre por su pecado. Con el pecado original él introdujo ese desorden. Por otro lado, otra cosa importante es recordar que el Padre entregó a su hijo Jesucristo y lo entregó para que sufriera los más horribles dolores físicos, psicológicos y espirituales, justamente para que no quedara ninguna duda al hombre de que en medio de sus sufrimientos Dios está con él. No podemos saber con certeza por qué Dios permite estos acontecimientos tan dolorosos que ponen a prueba la esperanza de las personas; pero lo que sí sabemos es que Él siempre está con nosotros, y no cabe ninguna duda de su amor, pues este ha quedado probado por encima de cualquier duda al haber entregado a su hijo Jesucristo».
Un misionero vicentino español que vive hace años en Pisco, el padre Berrade, decía: «Yo estoy años acá, décadas, y no me acostumbro: siempre me veo maravillado con la fe de la gente. No me acostumbro, no me rutinizo con esto. Siempre me asombra ver la fe profunda de la gente, la devoción que tiene». Y el cardenal Tarciso Bertone, el secretario de Estado del Vaticano, que estuvo recientemente en la zona de desastre a nombre del Papa para llevar el sentir de este y su solidaridad, decía que él también veía con asombro la fe del pueblo y que, al verla, lo único que podía hacer era convocar a la construcción de una nueva esperanza, es decir, lanzar una invitación a renovar la esperanza y llevarla a partir de esta tragedia a un punto nuevo, de tal manera que la reconstrucción material esté acompañada de una necesaria reconstrucción espiritual.
La fe ha quedado demostrada en esta catástrofe, una fe que existe en todos nuestros pueblos, que muchas veces no se expresa suficientemente en el ámbito publico, una fe que muchas veces las autoridades no expresan ni respetan. Qué importante es verla expresada en esta situación extrema para comprender la intuición de Juan Pablo II cuando compuso la oración para el novenario de preparación del Quinto Centenario, con la que comencé y termino: la fe es nuestro mayor tesoro, riqueza en medio de la pobreza.
Alejandro Bermúdez
Adaptación: Pensamiento Católico
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Adaptación: Pensamiento Católico
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[*] Este artículo es una adaptación de «Dios y los desastres naturales: el terremoto en Ica», título que el autor dio a la emisión del 28 de agosto del 2007 de su podcast Punto de Vista, a propósito del terremoto que había sacudido la costa sur del Perú apenas unos días antes el mismo año. Para esta adaptación contamos con los permisos respectivos.
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