El hoy beato Juan Castelli era jefe de soldados mercenarios cuando decidió entregarse a Dios en un convento de Franciscanos.
A causa de su genio vivísimo, le costaba mucho reprimirse, y toda la disciplina le imponía verdaderos esfuerzos. Se indignó tanto un día porque el superior le riñó severamente, que determinó vengarse dándole muerte. Pero al pensar que estaba en un convento para hacer penitencia fue a postrarse ante un crucifijo.
Una oleada de sangre llenó su boca. Tanto era el esfuerzo exigido a su naturaleza por el vencimiento, que se le había roto una vena.
- Mirad lo que me cuesta serviros- dijo a Cristo Crucificado. Y Cristo, desprendiendo de la cruz la mano derecha, le respondió: Y a mi lo que me ha costado amarte.
(Del Vademécum de ejemplos predicables, editorial Herder, 1962, Barcelona).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario