Tanto Feuerbach, como Marx, Comte y Nietzsche estuvieron convencidos de que la fe había desaparecido para siempre.
Era como un sol que declina en el horizonte para no volver a resurgir. Su ateísmo se quería y se creía definitivo. Pero hay algo en la realidad del hombre, que no sólo en sus creencias, que le refiere a Dios, y que expresó así Gregorio de Nisa: «Ni el cielo ha sido hecho a imagen de Dios, como tú, ni la luna, ni el sol, ni nada de lo que se ve en la creación».
El hombre, aunque sea pecador, no pierde la sublimidad de la vocación, de hijo, a la que Dios, «amigo de los hombres», le ha llamado y ha abierto, en Jesús, a todos los hombres un camino que no se cerrará jamás.
En nuestro tiempo, con diversas formas, se vuelve a intentar que el hombre tenga conciencia de que el único Dios del hombre es el mismo hombre.
Para Feuerbach el cristianismo es la peor de todas las religiones, por ser la más alta; Dios es «el espejo del hombre, el gran libro donde el hombre traduce sus más altos pensamientos». Frente a esto, la divinidad del hombre es la meta final: «Homo, Homini Deus». «El Hombre es Dios para el hombre».
Más irreverente todavía, Nietzsche afirmó en 1888 que la cruz es «el árbol más venenoso de todos los árboles», es una «maldición para la vida». Sin comentarios; sólo se trata de subrayar la extrema gravedad del ataque. Pero en la historia hemos comprobado experimentalmente que allí donde no hay Dios, no hay tampoco hombre.
«El acontecimiento capital de nuestro tiempo -afirmó Synchrone- es que hemos perdido al hombre. El hombre al que se le suprimía el Padre para hacer de él un alegre huérfano, este hombre no ha sabido aprovechar su felicidad. A despecho de los augurios que precedieron su renacimiento, a pesar de los padrinos que habían dicho por el porvenir el "non credo" hay que convenir que el hombre liberado no ha tenido éxito».
Cardenal Ricardo M.ª Carles
El hombre, aunque sea pecador, no pierde la sublimidad de la vocación, de hijo, a la que Dios, «amigo de los hombres», le ha llamado y ha abierto, en Jesús, a todos los hombres un camino que no se cerrará jamás.
En nuestro tiempo, con diversas formas, se vuelve a intentar que el hombre tenga conciencia de que el único Dios del hombre es el mismo hombre.
Para Feuerbach el cristianismo es la peor de todas las religiones, por ser la más alta; Dios es «el espejo del hombre, el gran libro donde el hombre traduce sus más altos pensamientos». Frente a esto, la divinidad del hombre es la meta final: «Homo, Homini Deus». «El Hombre es Dios para el hombre».
Más irreverente todavía, Nietzsche afirmó en 1888 que la cruz es «el árbol más venenoso de todos los árboles», es una «maldición para la vida». Sin comentarios; sólo se trata de subrayar la extrema gravedad del ataque. Pero en la historia hemos comprobado experimentalmente que allí donde no hay Dios, no hay tampoco hombre.
«El acontecimiento capital de nuestro tiempo -afirmó Synchrone- es que hemos perdido al hombre. El hombre al que se le suprimía el Padre para hacer de él un alegre huérfano, este hombre no ha sabido aprovechar su felicidad. A despecho de los augurios que precedieron su renacimiento, a pesar de los padrinos que habían dicho por el porvenir el "non credo" hay que convenir que el hombre liberado no ha tenido éxito».
Cardenal Ricardo M.ª Carles
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