lunes

Cómo recuperar el alma


El alma, como el cuerpo, está también sometida a numerosas enfermedades. Se debilita, languidece, se hunde y puede llegar a morir perdiéndose para siempre.

Incluso las personas más fuertes, como el profeta David o el apasionado Pedro, tienen sus debilidades, se desgastan, sufren dudas de fe, se cansan de orar. Hasta pueden caer en el alejamiento progresivo que lleva a perder el entusiasmo y la condición de seguidores del Señor.

Así se presenta lo que llamamos pecado grave o muerte del alma, porque se pierde poco a poco el amor y se desvanece la vida de la gracia. Estamos ante la peor desgracia para las almas. Y todo comienza por dejar de orar o por orar mediocremente.

Este mal, que a todos nos acecha a diario, tiene su explicación y su remedio. Ya dice la Escritura que “siete veces cae el justo, pero se levanta, mientras los malos se hunden en la desgracia”. (Prov. 24, 16) Y bien sabemos -por experiencia propia- que todos llegamos a caer en crisis de aflojamiento espiritual y de tibieza en la fe si no nos prevenimos a tiempo y con energía. Y, si no nos curamos, esa enfermedad puede llegar a convertirse en fatal.

Seamos realistas y sinceros. En verdad todos atravesamos momentos de oscuridad y de zozobra. Hay momentos en los que no sabemos qué hacer con nuestra vida. Porque la vida humana, sobre todo la vida del espíritu, está muy expuesta a los vaivenes de las pasiones, de la pereza, de la soberbia, a los egoísmos camuflados, a los criterios mundanos del poder, la mentira, las envidias y riquezas, la lujuria y la ostentación.

El laicismo moderno busca estrangular nuestra fe y nuestra conciencia. El maligno quiere robarnos el alma, sobornándola, engañándonos o violentándola con sus presiones. ¿Somos conscientes de ello? ¿Qué hacemos para evitarlo? ¿Cómo rehabilitar el alma cuando comienza a debilitarse?

Un virus más pernicioso que los del cuerpo es la tibieza en la fe, la rutina degenerativa, esa paulatina insensibilización del alma por la cual no nos duele el pecado, no nos causa preocupación el mal del mundo, ya no apetece rezar, no nos interesan los temas espirituales, no se frecuentan los sacramentos… Y eso es grave. Sobre todo, porque no duele, porque no nos sentimos alejados de Dios, y nos creemos superconfiados en nosotros mismos. Y como seguimos sin recurrir a la oración, se hace muy difícil recuperar la buena forma del alma.

Charles Péguy escribía:" Hay algo peor que tener un alma de mala condición: es tener un alma rutinaria. Se han visto los efectos increíbles de la gracia en un alma de mala índole e incluso en un alma perversa; ha visto uno salvarse lo que parecía perdido. Pero uno no ha visto mojarse lo que estaba barnizado, ni calarse lo que estaba impermeabilizado, ni modificarse lo que estaba bajo el signo de la rutina".

Con la oración siempre hay esperanza de volver a empezar y de superar la indiferencia espiritual. Bien sabemos que no se pueden abandonar impunemente los caminos del Señor. Como dice la Escritura: "Porque no eres frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca." (Apo 3, 16). Dios no juega con nosotros. Nos ama y nos quiere fieles. Le causan aversión los mediocres, los tibios, los que presumen de laicismo y terminan perdiendo la fe.

Por tanto, la oración bien hecha es el arma revitalizadora de nuestro espíritu. Hemos de confiar en el Señor para recuperar el alma. “Jesús pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo", (Hch 10, 38). Había de todo: leprosos, ciegos, sordos, duros de corazón, endemoniados, paralíticos, mujeres pecadoras, hipócritas altaneros.

También para el alma existen milagros portentosos, como los que operó Jesús curando enfermos terminales o resucitando muertos. La oración y la gracia de Dios rehabilitan el alma y la llevan a resucitar. Hagamos la prueba. Los medios son clarísimos: la oración confiada y humilde ante el Redentor y salvador de nuestras almas, y la contrición sacramental que nos abre los tesoros de la misericordia divina en el sacramento de la reconciliación. De este modo, durante siglos, las almas más negras y hundidas han recuperado la gracia, la sana tensión espiritual, la amistad con Dios, la felicidad y paz de la conciencia.

“Orad, para no caer en la tentación”, (Lc 22, 46) es el sabio consejo del Maestro y Doctor supremo. “Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré”. (Mt 11, 28) Lo cual equivale a decir: volved a la oración los que estáis enfermos, desanimados, fríos o decaídos, que Yo os daré Vida.
José Félix Medina

1 comentario:

Anónimo dijo...

soy una mujer k nunca le enseñaron a orar pero tengo plena confianza en dios mi fe es muy grande y se k el hace justicia por mi

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