'El pequeño te pide con lágrimas que le coloques sobre tu caballo.
¿Le escuchas? ¿Le complaces? ¿Eres firme o complaciente? ¿Por qué te niegas? ¿Qué es lo que te mueve a ello?
Sin duda alguna, tienes buena intención: ¿Quién puede dudarlo? Guardas para él tu fortuna; pero ahora que es niño todavía, aunque llore, no le colocas sobre tu caballo.
Todo lo que posees, tu casa y lo que hay dentro de la casa, y también la tierra y lo que hay en él, lo conservas para él, y, no obstante, a pesar del lloriqueo, no pones al niño sobre el caballo.
Que llore cuanto quiera, que llore todo el día; no le escuchas, y no le escuchas por misericordia ; y en caso de complacerle, serás cruel, porque el niño no sabe aún montar; se caerá del caballo y morirá.
Pues mira, piénsalo bien; así se porta también el Señor contigo cuando le pides algo que no te conviene y no te lo concede'
San Agustín
(Serm. 21,8).
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