Si diez personas sedientas aplican los labios a un caudaloso arroyo y todas apagan igualmente su sed, aunque unas beban más que otras no podrá haber entre ellas ninguna envidia.
Tampoco existe envidia en el cielo. Como cada alma posee a Dios y goza de El cuanto le es dable poseerle y gozarle, no puede envidiar a nadie.
La envidia se produce cuando vemos que otros poseen un bien que nosotros no poseernos, o cuando otros lo poseen de un modo que parece disminuir el nuestro.
En el cielo, Dios se da todo a todos y en la medida de que cada uno es capaz de poseerlo. La envidia es, pues, imposible; al contrario, la caridad, que reina como soberana en aquella mansión dichosa hace que cada cual goce de los bienes de otros como del suyo propio; y así la felicidad ajena, lejos de disminuir la nuestra, la acrecentará al aparecer como común a todos.
1 comentario:
¡Qué buen ejemplo lo del arroyo!
Sí, sólo caridad habrá ahí, y hay que arrebatarlo.
Saludos
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