San Luciano, sacerdote de Antioquía, había sido encarcelado por confesar su fe cristiana, juntamente con un grupo de correligionarios.
Yacía en tierra, cargado de cadenas, y los sufrimientos lo habían debilitado hasta el punto de no poderse levantar. Era la fiesta de la Epifanía. Sus compañeros de prisión mostraron al virtuoso sacerdote el vivo deseo de participar en los santos misterios en el lóbrego calabozo; del que acaso no saldrían sino para el martirio.
Pero era preciso que no lo advirtieran los ojos vigilantes de los carceleros y guardias. San Luciano suplicó a Dios, y una idea le brilló en la mirada. Golpeándose el pecho con las manos, les dijo:
- Aquí, aquí está el altar. Espero que no será menos grato a Dios que una piedra inanimada. Vosotros rodeadme, apretaos contra mí y formaréis de este modo un templo. Los cristianos se agruparon en su torno, ocultándolo a las miradas de los verdugos.
Así, tendido en el suelo, el Santo consagro sobre su propio pecho, dio a cada uno de los fieles un trozo del Pan eucarístico, y ellos fueron tomándolo en sus manos y repartiéndolo entre sí. Luego hizo lo mismo con la humilde vasija que contenía la sagrada especie del vino, y un diácono lo alargó a los cristianos para que bebieran un sorbo.
Si no era digna de Dios ni la morada, ni el altar, ni los vasos, dignos fueron considerados por el Señor aquellos pechos, en los que latía una fe heroica e invencible. Todos en voz baja alabaron a Dios, y, fortalecidos con el Pan de los fuertes, se dispusieron a afrontar las pruebas del martirio"
(cf. Acta S. Luciani en j. corelet, HIstoire de L'Eucharistie t.I p.61)
2 comentarios:
Cómo disfruto estos ejemplos de santidad y entrega. Su página siempre ha estado entre mis favoritas y soy su seguidora, también los tengo como link en mi blog. Dios les bendiga
Muchas gracias; cuenta con nuestras oraciones.
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