miércoles

El adiós al Papa Francisco: Una reflexión sobre la vida, la muerte y la esperanza que no muere

“No se dejen robar la esperanza.”
– Papa Francisco


El adiós al Papa Francisco: Una reflexión sobre la vida, la muerte y la esperanza que no muere


La noticia de la muerte del Papa Francisco ha estremecido al mundo. Más allá de las posturas o simpatías, su partida marca el fin de una etapa en la vida de la Iglesia. Francisco no fue un papa perfecto (¿quién lo es?), pero sí un pastor que, desde su sencillez y cercanía, nos recordó que la fe es más grande que cualquier estructura. Que la Iglesia es, antes que un sistema, un pueblo peregrino, con los pies en la tierra y la mirada puesta en el cielo.

Hoy, en medio del dolor, nos toca mirar de frente a la muerte. Ese umbral que nadie quiere cruzar, pero que, tarde o temprano, todos alcanzaremos. Y es un buen momento para preguntarnos: ¿Cómo entendemos la muerte? ¿Qué lugar ocupa en nuestra cultura?

Vivimos en tiempos donde la muerte se ha convertido en algo que se administra socialmente. Ya en 1983, un periódico señalaba cómo, tras normalizar el aborto, el siguiente paso lógico sería la eutanasia, presentada bajo términos suaves como “muerte digna” o “interrupción del sufrimiento”. ¿La lógica? Que quienes son considerados una carga —el anciano, el enfermo, el vulnerable— terminen descartados en nombre del “progreso”.

Y sin embargo, frente a este panorama, la muerte del Papa Francisco nos confronta con otra realidad. Nos recuerda que la vida humana tiene un valor incondicional, no porque sea productiva o útil, sino porque es un don. La vida no se mide por cuánto produce, sino por cuánto ama y es amada.

Francisco, en su fragilidad y sus errores, nos mostró un rostro humano de la Iglesia, capaz de equivocarse, pero también de pedir perdón. Un hombre que, hasta el final, defendió la dignidad de cada ser humano, especialmente de los descartados. Hoy, al despedirlo, nos preguntamos si estamos listos no solo para aceptar la muerte, sino para vivir plenamente la vida, como él nos animó tantas veces.

Pero aquí es donde la fe cristiana levanta su voz, no para negar la muerte, sino para transformar su sentido. La Resurrección de Cristo nos enseña que la muerte no es el final, sino el paso hacia la vida verdadera. Por eso, en medio del luto, celebramos la esperanza. No la esperanza ingenua de quien quiere evitar el sufrimiento, sino la esperanza firme de quien sabe que el amor es más fuerte que la muerte.

La muerte del Papa Francisco nos invita a prepararnos para el encuentro definitivo. No se trata de vivir con miedo, sino de vivir con conciencia. De preguntarnos si estamos sembrando amor, si estamos defendiendo la vida, si estamos cuidando de quienes el mundo descarta.

Hoy, mientras oramos por el alma de Francisco, recordamos también que la vida tiene un sentido que va más allá de este mundo. Que cada uno de nosotros es llamado a vivir con plenitud, con esperanza, con amor.

Que su testimonio nos siga invitando a amar sin miedo, porque Dios, que mira desde lo alto y sondea nuestros corazones, conoce las razones profundas que nos impulsan a dar. Y si en ese intento de amar llegamos a herir sin querer, aprendamos también a curar y sanar esas heridas, confiando en que el amor auténtico siempre busca recomenzar, reparar y seguir adelante.

Que el testimonio de este Papa que caminó entre luces y sombras, pero que nunca dejó de anunciar a Cristo, nos ayude a vivir con la mirada puesta en la Resurrección. Porque ahí está nuestra verdadera esperanza: que la vida vence a la muerte, que el amor vence al odio, y que el último capítulo de nuestra historia aún está por escribirse en la eternidad.

Pensamiento Católico
Agradecimiento a Ducktoro

La Resurrección de Cristo: El Misterio que Cambió Todo

“La Resurrección no solo anuncia que Cristo vive,
sino que la vida es más fuerte que la muerte.”
— Benedicto XVI



Cada Domingo de Resurrección, la Iglesia nos invita a escuchar uno de los relatos más sorprendentes del Evangelio: el momento en que unas mujeres, al amanecer, se acercan al sepulcro de Jesús y lo encuentran vacío. Fueron ellas, con el corazón cargado de dolor y los brazos llenos de perfumes inútiles para un cuerpo que ya no estaba allí, las primeras en recibir el anuncio más grande de la historia: Cristo ha resucitado.


Vida vs Muerte. el amopr siempre se impone

Pero este anuncio no fue fácil de creer. El Evangelio de Marcos nos cuenta que un joven —un ángel, según Mateo; dos hombres con vestiduras brillantes, según Lucas— se les apareció a esas mujeres y les dijo que Jesús había vencido la muerte. ¿Su misión? Avisar a los discípulos. Sin embargo, ellas tuvieron miedo y no dijeron nada al principio. Y cuando finalmente contaron lo que habían visto, nadie les creyó.

Fueron mujeres las primeras en encontrarse con el Cristo vivo. Primero, según la tradición, su Santísima Madre. Luego, María Magdalena. Después, el pequeño grupo que siempre le había acompañado desde Galilea. Sin embargo, en una sociedad donde el testimonio de una mujer no tenía el mismo valor que el de un hombre, los discípulos dudaron.

Incluso cuando estas mujeres compartieron su experiencia, los discípulos de Emaús lo resumieron con cierta desconfianza: “Algunos de los nuestros dicen que lo han visto”. Fue entonces cuando Jesús mismo, caminando junto a ellos, les reclamó con cariño y firmeza: “¡Qué lentos son para creer!”

Este detalle es importante: la primera proclamación de la Resurrección fue hecha por mujeres, pero en aquella cultura, sus palabras no fueron suficientes. San Pablo, años después, al escribir a los Corintios, decidió reforzar la credibilidad del mensaje citando testigos varones: Pedro, los Doce, más de 500 hermanos, Santiago, todos los apóstoles… y, por último, él mismo. Era una manera de hablar a la mentalidad de la época, que necesitaba ese tipo de respaldo.

Pero aquí viene algo fundamental: la Resurrección no es solo un hecho histórico. No es como leer que cayó un imperio o que nació una civilización. Es un hecho que, aunque ocurrió en el tiempo, trasciende la Historia, la sobrepasa. Es como la Encarnación, como los grandes misterios de la fe: necesita ser creída.

Esto no significa que no existan testimonios históricos sólidos. Los hay. Pero hay algo que solo la fe puede alcanzar. Porque, aunque te expliquen con lujo de detalles los argumentos racionales, el creer o no creer sigue siendo una decisión personal. No es como aceptar un teorema matemático que te convence por la lógica. Aquí hace falta un paso más: el salto de la fe.

Y aquí está la maravilla: la fe es libre, pero no es ciega. Pensemos un momento en lo que significa afirmar que un hombre venció la muerte. No hay nada en nuestra experiencia cotidiana que se le parezca. La muerte es, para todos, el final inevitable, el límite infranqueable. Aceptar que alguien lo haya superado no es una cuestión menor; desafía todo lo que entendemos sobre la vida y la naturaleza.

Ahora bien, supongamos que alguien dice haber resucitado. ¿Qué sería lo más natural? Dudar. Incluso si hay testigos, nuestra primera reacción sería cuestionar: ¿No se habrán confundido? ¿Será un engaño, una ilusión, un deseo tan fuerte de que viva que los hizo imaginarlo?

Pero aquí es donde el análisis se vuelve aún más interesante: esa noticia no solo fue aceptada por algunos, sino que transformó la vida de miles, y más tarde de millones de personas en todo el mundo. Culturas diferentes, épocas distintas, lenguas diversas... todas abrazaron esa proclamación. Y no fue una aceptación fácil o superficial; muchos de los primeros creyentes dieron la vida por esa convicción, enfrentaron persecuciones, desprecio, torturas. ¿Quién haría semejante cosa por algo falso o dudoso?

Y lo más sorprendente es quiénes llevaron ese mensaje. No fueron grandes oradores, ni filósofos entrenados, ni políticos poderosos. Fueron pescadores, cobradores de impuestos, hombres y mujeres sencillos. Ninguno con las herramientas retóricas para convencer al mundo intelectual. Sin embargo, lograron algo que desafía toda lógica humana: persuadieron al mundo antiguo, incluso a sabios y pensadores, de que Cristo había resucitado.

Esto nos obliga a detenernos. No solo es extraordinario el hecho que se anuncia (la Resurrección), sino también el modo en que ese anuncio conquistó el mundo. ¿Cómo es posible que un grupo tan pequeño y frágil cambiara la historia? ¿Qué fuerza, qué certeza los impulsaba? No era solo una idea bonita o un deseo profundo; era una convicción transformadora, una experiencia vivida que les dio el coraje de desafiar imperios y culturas.

Por eso, cuando contemplamos la Resurrección, no solo enfrentamos un misterio, sino también una evidencia histórica desconcertante: un mensaje que no debería haber sobrevivido, sobrevivió. Unos testigos que no deberían haber tenido voz, la tuvieron. Y una noticia que parecía imposible, sigue viva.

Si lo pensamos bien, la existencia misma de la Iglesia es un testimonio viviente de que Cristo resucitó. Sin ese hecho, todo lo que ha pasado en estos dos mil años no tendría sentido.

Por eso, cuando celebramos la Resurrección, no estamos recordando un simple hecho del pasado. Estamos celebrando el misterio que cambió la historia humana para siempre. Porque si Cristo vive, nada es imposible. Si Cristo vive, la muerte no tiene la última palabra. Y si Cristo vive, cada uno de nosotros puede vivir con una esperanza que no decepciona.

Yo soy la resurrección y la Vida


Este es el corazón del cristianismo. No es solo una idea bonita o una tradición antigua. Es la certeza de que la vida vence a la muerte, de que el amor vence al odio, y de que la esperanza siempre tiene la última palabra.

Hoy, quizás, también nosotros seamos como aquellos discípulos: lentos para creer, desconfiados. Pero Jesús sigue saliendo a nuestro encuentro, en el camino, en la vida cotidiana, y nos invita a abrir el corazón. A dar ese salto. A creer que su Resurrección sigue siendo la fuerza que transforma el mundo.



Pensamiento Católico

domingo

El engaño en el camino de la Santidad y la Única Verdad que Permanece



“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32).


Retrato de Jesucristo con mirada compasiva, recordándonos que solo Él es el camino, la verdad y la vida. Imagen acompañando una reflexión sobre la fe y la verdad en la Iglesia.


En un mundo donde la fe debería ser una antorcha, hemos visto demasiadas veces cómo se convierte en una venda sobre los ojos. No porque Dios se equivoque—¡Él no puede hacerlo!—sino porque los hombres, al creer que portan Su luz, terminan adorando su propia sombra.


El caso del Sodalicio de Vida Cristiana es un recordatorio trágico de cómo la estructura eclesiástica puede usarse para glorificar hombres en lugar de Dios, y de cómo la obediencia, cuando es desprovista de razón y discernimiento, deja de ser virtud y se convierte en esclavitud. Hemos confundido la lealtad a una institución con la lealtad a la Verdad, olvidando que solo Cristo es el camino, la verdad y la vida.


El Peligro de Santificar lo Humano

Los errores más graves en la historia de la Iglesia no han sido los ataques de sus enemigos, sino las cegueras de sus amigos. 


No son los herejes quienes hacen el mayor daño al Evangelio, sino aquellos que creen que defender la fe significa justificar cualquier acto cometido en su nombre.


Cuando un grupo proclama su propia perfección, cuando coloca a sus líderes en pedestales de incuestionable autoridad, cuando exige sumisión en lugar de libertad ("La obediencia debida"), ya no sigue a Cristo, sino a una versión pálida y distorsionada de Él. Es aquí donde recordamos el principio fundamental de nuestra fe: el pecado original no solo está en el mundo, sino también en la Iglesia.


Dios quiso que Su Iglesia estuviera formada por hombres, pero nunca dijo que los hombres serían impecables. La historia del cristianismo está llena de santos que fueron pecadores antes de convertirse, pero también de hombres que se hicieron pasar por santos mientras encubrían sus pecados. 


Y ahí reside la gran diferencia: el verdadero santo busca la verdad, el falso busca encubrirla.


La Verdad no Necesita Encubrimientos

Cristo nunca tuvo miedo a la verdad, porque Él mismo es la Verdad. Quienes se escandalizan cuando se exponen los pecados dentro de la Iglesia, quienes gritan "¡ataque a la fe!" cuando se denuncian abusos, no han entendido que la Verdad no se destruye con las palabras de los hombres, sino con sus mentiras.


Es mejor que se derrumben cien instituciones si con ello se preserva el Evangelio, porque lo único que no puede ser destruido es Dios mismo. Si algo nos enseña este caso, es que el verdadero católico no es el que defiende a toda costa a los hombres de su Iglesia, sino el que se mantiene fiel a Cristo aunque tenga que enfrentarse a ellos.


Volver a Cristo, no a los Hombres

Es hora de recordar que la Iglesia no existe para glorificar a sus líderes, sino para llevar a las almas a Dios. Si un movimiento religioso no soporta ser examinado, si su verdad depende del silencio de sus víctimas y de la ceguera de sus seguidores, entonces su verdad no es la de Cristo.

Solo hay un Maestro que no se equivoca, solo una Luz que nunca se apaga, solo un Pastor que nunca traiciona a sus ovejas. Volvamos a Él.


Omar Orozco Sáenz

miércoles

Cuando la Fe Confronta las Sombras: El Testimonio del Obispo Kay Schmalhausen

 



"Callar no ayuda a nadie.
Las autoridades en la Iglesia deberíamos ser los primeros en romper el silencio."
 
Obispo Kay Schmalhausen.



Elefante en la habitacion




Es hora de hablar del elefante en la habitación. Conversar de los aspectos más oscuros de la Iglesia no debería ser visto como un ataque, sino como un paso necesario hacia la curación y la verdad.


El testimonio del Obispo Kay Schmalhausen, lejos de ser un intento de destruir, busca exponer lo que se ha mantenido en silencio durante demasiado tiempo, como un rayo de luz que entra en una habitación oscura y revela lo que estaba oculto. Su historia no solo muestra el sufrimiento de quienes fueron víctimas de abusos dentro del Sodalicio de Vida Cristiana, sino que también señala una complicidad y un encubrimiento que han permitido que este mal persista en las sombras.


En sus palabras, el Obispo describe una “jaula invisible” que atrapó su mente desde muy joven, una prisión de control y manipulación. Habla del “año de infierno y horror” que vivió bajo la tutela de figuras como Germán Doig y Luis Fernando Figari, en un entorno donde el abuso no solo era tolerado, sino sistematizado. Esta experiencia, marcada por la violencia emocional y el despojo de la autonomía personal, es un testimonio que nos obliga a preguntarnos: ¿cómo puede una estructura religiosa, que se presenta como refugio de fe, convertirse en un lugar de dolor y abuso?

Obispo Kay Schmalhausen, Pensamiento católico


Lo que el Obispo Kay nos invita a hacer, no es solo tomar partido en un debate sobre la institución, sino mirar con sinceridad hacia el interior de una estructura que, a veces, parece haberse desviado del camino del Evangelio. En sus palabras, hay un llamado urgente a la transparencia, a la compasión por las víctimas y, sobre todo, a una conversión profunda de la Iglesia. La verdadera sanación solo puede empezar cuando reconocemos el mal que existe dentro de nuestra propia casa, y no cuando lo negamos o lo ignoramos.

Este artículo no es una denuncia vacía; es un grito por la justicia, un pedido para que la fe, herida por el silencio y la indiferencia, pueda florecer nuevamente. La Iglesia no puede sanar si no está dispuesta a enfrentar sus propios demonios. No se trata de condenar, sino de transformar, de restaurar lo que ha sido roto.

Si alguna vez te has preguntado cómo la fe puede sobrevivir a la adversidad, cómo la luz puede penetrar las sombras más profundas, este testimonio es una invitación a la reflexión. ¿Cómo podemos, como comunidad de creyentes, hacer que la fe no se convierta en un refugio para el mal, sino en un espacio de verdadera compasión y justicia?

Te invitamos a leer el artículo completo y sumergirte en esta reflexión profunda. Es un paso hacia la comprensión, hacia la verdad, y hacia una Iglesia que pueda realmente ser fiel a sus principios.

Lee por favor, el articulo completo aquí:

https://www.religiondigital.org/opinion/Caso-Sodalicio-obispo-figari-denuncias-silencio-vaticano-parolin-carballo-schmalhausen-omerta-peru_0_2734826498.html

jueves

Escándalos en la Iglesia: ¿Dónde Está Dios y Qué Nos Enseñan Estos Tiempos de Crisis?

 El abuso de poder dentro de la Iglesia, lamentablemente, no es un fenómeno nuevo, pero cada vez que se hace visible, genera desconcierto y dolor en los fieles. Casos como el de los Legionarios de Cristo, Karadima en Chile, o el Sodalicio en Perú, son ejemplos de cómo personas que deberían haber sido guías espirituales terminaron utilizando su influencia para manipular, abusar y destruir la confianza de muchos. Estos escándalos no solo dañan a las víctimas, sino que afectan profundamente la credibilidad de la Iglesia y provocan una crisis de fe en quienes confiaban en sus líderes religiosos.


Cuando nos enfrentamos a estas realidades, surge una pregunta natural: ¿Dónde está Dios en medio de todo esto? ¿Por qué permite que quienes deberían ser ejemplos de amor y servicio caigan en el abuso y el engaño? La tentación de juzgar y buscar respuestas inmediatas es fuerte. Sin embargo, en el misterio de Dios, no siempre encontramos las respuestas que esperamos, y su forma de actuar dista mucho de la justicia humana.

Dios, como nos enseña Jesús, no impone su voluntad con fuerza ni destruye a quienes han caído en el mal. En lugar de usar su poder para acabar con los culpables, su respuesta es siempre desde el amor y la paciencia. Jesús mismo enfrentó la injusticia y la maldad sin recurrir a la violencia, siendo condenado injustamente y cargando una cruz que no merecía. En lugar de destruir a sus opresores, ofreció el perdón. Esto puede parecer desconcertante, pero en esa aparente debilidad se revela la verdadera fuerza de Dios: la capacidad de transformar el mal con el bien.

Casos como los de Marcial Maciel (fundador de los Legionarios de Cristo), Fernando Karadima, o de Luis Fernando Figari en el Sodalicio, nos obligan a reflexionar no solo sobre el abuso de poder, sino también sobre cómo Dios actúa frente a estos crímenes. Si bien la justicia humana, a través de tribunales e investigaciones, busca condenar estos actos, la justicia divina opera de manera diferente. Dios no deja impune el mal, pero tampoco lo aplasta de inmediato. Su plan es uno de redención, no de destrucción.

Estos escándalos nos invitan a un enfoque pedagógico y espiritual: aprender de los errores, identificar el abuso de poder y trabajar para que nunca más se repitan estas situaciones dentro de la Iglesia. No estamos llamados a juzgar a las personas, pero sí a crear conciencia, a exigir transparencia y a formar comunidades más sanas y comprometidas con los valores del Evangelio. Esto implica reconocer que el poder no debe ser un medio para someter, sino para servir, y que la Iglesia debe ser, ante todo, un refugio seguro para todos.

Dios, en su infinita paciencia, nos llama a no perder la esperanza ni la fe, incluso en medio de estas crisis. Nos invita a ser testigos de un amor que no busca imponer su fuerza, sino transformar los corazones. Si bien es doloroso ver cómo algunos líderes religiosos han traicionado su misión, también es una oportunidad para recordar que la Iglesia es más grande que sus fallos humanos. Dios sigue actuando, a veces en silencio, pero siempre ofreciendo la posibilidad de la conversión y la sanación, tanto para las víctimas como para los victimarios.

Este tiempo de reflexión nos ofrece la oportunidad de aprender del pasado, de exigir justicia y reparación para las víctimas, y de trabajar en una Iglesia más humilde y transparente, que refleje el verdadero mensaje de Cristo: un mensaje de servicio, amor y sacrificio por los demás.

Pensamiento Católico

miércoles

El Cristianismo: Nuevo Paradigma del Poder

 La Tentación del Poder y la Redención del Amor: Una Reflexión Filosófica y Teológica

Un hecho claro en la historia de la humanidad es que ha sido influenciada por la búsqueda del poder. Desde el deseo de riquezas hasta la necesidad de ejercer control y recibir reconocimiento, el poder se presenta como una tentación constante. 


Sin embargo, la experiencia ha demostrado que el poder, en lugar de conducir a la verdadera liberación, frecuentemente se transforma en un camino hacia la opresión y el sufrimiento. La paradoja del poder es clara: cuanto más se busca, más se aleja uno de la auténtica libertad y redención. La verdadera liberación se encuentra, no en la fuerza y el dominio, sino en el amor sacrificial y la entrega.


Visión Cristiana del Poder

El Cristianismo: Nuevo paradigma del Poder

La Plenitud de la Revelación en Cristo: El Verdadero Rostro de Dios

Con la encarnación del Hijo de Dios, la revelación alcanza su plenitud. Jesús no niega la justicia divina, sino que la lleva a un nivel superior. En lugar de castigar el pecado desde fuera, asume sobre sí mismo las consecuencias del pecado en la cruz. La victoria de Cristo no se logra mediante la fuerza, sino mediante la entrega total. En la cruz, Dios muestra que el auténtico poder reside en el amor que da la vida por los demás.


El mensaje de Cristo puede parecer paradójico para quienes esperan un Mesías que derrote a sus enemigos con violencia. Sin embargo, Jesús enseña que la auténtica victoria sobre el mal no se obtiene por la destrucción del enemigo, sino por la transformación del corazón humano. Esto es un desarrollo del mensaje de la justicia de Dios: no es una justicia retributiva sino una justicia redentora, que busca restaurar al pecador en lugar de aniquilarlo.


La Paciencia de Dios y la Impaciencia Humana: Una Prueba de Amor

El Nuevo Testamento, especialmente a través de los Evangelios y las epístolas, nos presenta la paciencia de Dios como un atributo esencial. En 2 Pedro 3:9, se afirma lo siguiente:


"El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan." 


Este es un llamado a la comprensión de que el tiempo de la paciencia divina no es un signo de indiferencia o debilidad, sino de amor.


La impaciencia humana, que busca resultados inmediatos y respuestas drásticas al mal, ha llevado históricamente a justificar el uso de la fuerza. Pero la lógica de Dios es diferente. La paciencia de Dios permite el arrepentimiento y da espacio para la conversión. La historia de la salvación no es una sucesión de triunfos instantáneos, sino un proceso donde Dios acompaña pacientemente al hombre hacia la plenitud de la vida en Cristo.


La Mansedumbre como Verdadera Fuerza Transformadora

Para los cristianos, la mansedumbre y la paciencia deben ser entendidas como auténticas virtudes, no como signos de debilidad. El mismo Jesús nos invita a aprender de Él, "que es manso y humilde de corazón" (Mateo 11:29). La mansedumbre no implica la pasividad frente al mal, sino una resistencia activa basada en el amor y en la confianza en la acción de Dios.


La auténtica revolución cristiana no se trata de destruir al enemigo, sino de convertirlo. Es un llamado a la transformación radical del corazón, que solo puede realizarse a través de la fuerza del amor redentor y no mediante la imposición violenta. Es precisamente en la cruz donde la debilidad aparente se convierte en el mayor acto de poder.


Justicia y Misericordia: La Plenitud del Amor Divino

Es un error contraponer la justicia y la misericordia, como si fueran características excluyentes de Dios. Ambos son aspectos de su amor perfecto. Con la venida de Cristo, se revela que la justicia de Dios no se basa en la retribución, sino en la redención. La cruz es el lugar donde la justicia y la misericordia se encuentran en el amor total de Dios.


Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1849), "El pecado es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta. Es una falta contra el amor verdadero para con Dios y para con el prójimo." 


Por lo tanto, la respuesta de Dios al pecado no es simplemente castigar, sino curar, restaurar y redimir.


La Llamada a la Conversión y la Esperanza

El cristianismo ofrece un nuevo paradigma de poder, centrado no en la imposición, sino en el servicio. La invitación a los seguidores de Cristo es a participar en el amor sacrificial y en la paciencia de Dios. En lugar de buscar una justicia rápida y retributiva, el cristiano está llamado a confiar en el poder transformador del amor.


El verdadero poder no reside en la fuerza, sino en el servicio, la debilidad aparente, y la entrega. La cruz no es un signo de derrota, sino de victoria, pues allí Dios revela su amor por la humanidad. 


En definitiva, el camino hacia la redención no se encuentra en el poder destructivo, sino en el amor que se ofrece por los demás. Este es el misterio de la cruz, donde el poder auténtico se manifiesta en la entrega y donde la victoria sobre el mal se alcanza mediante el amor redentor de Dios.


Omar Orozco Sáenz

Pensamiento Católico

martes

Transforma tu Vida para Transformar tu Mundo: El Poder del Cambio Interior

 


"Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta."

Carl Jung


¿Cuántas veces hemos soñado con cambiar el mundo? A veces creemos que, si logramos eso, todo sería perfecto. Pero ¿y si el verdadero cambio no empieza por fuera, sino dentro de nosotros? Para cambiar el mundo, primero tenemos que entendernos y cambiarnos a nosotros mismos. ¿Qué sentido tiene nuestra vida? Descubrirlo es esencial para comenzar ese proceso.

El Poder del cambio Interior


El filósofo católico Josef Pieper decía que solo reconociendo la verdad dentro de nosotros mismos podemos actuar en el mundo con justicia y claridad. Si vivimos siendo honestos con quienes realmente somos, sin máscaras ni apariencias, nos permitirá realmente hacer algo importante. 


La búsqueda de un propósito

Hoy en día, todo parece una competencia: quién logra más, quién es más popular, quién tiene más cosas. A veces parece que nuestro valor depende de eso, ¿verdad? Sin embargo, mientras corremos tras esos logros, nos olvidamos de algo mucho más importante: el verdadero sentido de nuestras vidas. Romano Guardini decía que el ser humano solo se encuentra a sí mismo cuando está en contacto con algo más grande, con Dios. Es como si, al orientarnos hacia algo que nos trasciende, de repente todo comenzara a tener más sentido.


El reto de ser auténticos

A veces parece que la autenticidad es simplemente hacer lo que queremos, pero ¿es realmente eso? Etienne Gilson sostenía que entendernos a nosotros mismos significa darnos cuenta de que formamos parte de algo más grande. No estamos solos en el mundo ni somos autosuficientes. Es como si fuéramos parte de un rompecabezas gigante: Para saber cuál es nuestro lugar tenemos que apreciar la imagen completa, solo así, podremos entender donde encajamos.


Ser auténtico no es hacer lo que nos apetece en el momento, sino vivir alineados con la verdad que Dios nos revela. Como decía Jacques Maritain, tenemos que aprender a ver más allá de lo superficial, a mirar más profundamente la realidad y entender qué hay detrás de nuestras acciones y deseos. 


La transformación personal: el camino hacia el cambio

Si queremos cambiar el mundo, primero tenemos que cambiar nosotros. A veces buscamos fuera la respuesta, cuando en realidad lo que necesitamos está dentro de nosotros. Como decía Jean Daniélou, nuestra vida debería reflejar esa verdad que Dios nos ha dado, como si nuestra transformación personal fuera una especie de "luz" que los demás pudieran notar y seguir.


La relación con Dios: la clave del cambio

A esta altura, ya debería estar claro que todo este proceso de transformación depende de nuestra relación con Dios. Es esa relación la que le da sentido a todo lo que hacemos. Si nos conectamos con Dios, encontramos la fuerza y la claridad para transformarnos y, a través de ese cambio, influir en el mundo de manera positiva. ¿No es increíble cómo un cambio interno puede generar un impacto en todo lo que nos rodea?


Cuando dejamos que Dios entre en nuestras vidas, el cambio ocurre de manera natural. No tenemos que forzar nada ni exigir que los demás cambien, porque la verdadera transformación fluye cuando vivimos alineados con la verdad. Como decía Yves Congar:

 "La gracia de Dios no solo ilumina nuestra mente, sino que transforma todo nuestro ser."


Esa transformación toca las vidas de quienes están a nuestro alrededor, incluso si no nos damos cuenta al principio.


Cultiva tu propio jardín

Antes de salir al mundo con ganas de cambiarlo todo, primero tenemos que enfocarnos en nuestro propio crecimiento. Es como lo que decía Henri de Lubac: el verdadero cambio comienza con nosotros mismos. Si tratamos de mejorar el mundo sin haber trabajado en nuestro propio interior, corremos el riesgo de perder el rumbo y quedarnos solo en la superficie.


Detente un momento para pensar: ¿Qué parte de tu vida necesita ser transformada? ¿Qué cambios internos te están llamando? A veces buscamos respuestas en el exterior, pero las respuestas más importantes están dentro, en nuestra relación con Dios.


Pídele a Dios la gracia de cambiarte a ti mismo primero, y verás cómo todo a tu alrededor comienza a transformarse también. Como decía Gilson: "El hombre no cambia el mundo por lo que hace, sino por lo que es." Así que cultiva tu propio jardín, crece desde adentro, y verás cómo el cambio que tanto esperas empieza a florecer en tu vida.


Omar Orozco Sáenz
Pensamiento Católico
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