miércoles

Novaciano, el primer antipapa

El emperador romano Decio (249-251) quiso restablecer el culto pagano en todos los ámbitos de su imperio. Para este fin ordenó que los cristianos fuesen compelidos a la apostasía por los medios más crueles y sanguinarios.


Muchos cristianos huyeron al desierto, y allí vivían a la usanza de los eremitas. Otros acudían a los obispos y pedían la Confirmación, a fin de que el Espíritu Santo les infundiese valor para resistir las persecuciones que se aproximaban. 


No faltaron, empero, los que, renegando de la Fe verdadera, sacrificaban a los dioses falsos, sólo para salvar sus vidas, y aun más de uno, sin ofrecer sacrificios a los ídolos, compró a gentes paganas para que testimoniasen que así lo había hecho, y después de hecho tan vergonzoso acudía a los sacerdotes y obispos para implorar perdón. El Papa Cornelio fue muy benevolente con esta suerte de apóstatas que luego se arrepentían sinceramente de su fingida apostasía.


La clemencia del Papa enojó fuera de medida a un sacerdote llamado Novaciano. Sostenía éste que, según las palabras de San Pablo (Efesio, 5, 27), la Iglesia era una comunidad de gentes puras (katharoi) y que, por lo tanto no debía admitir en su seno a los que renegaron, para los apóstatas no cabía perdón. Con sus engañosas predicaciones ganó muchos secuaces y fue consagrado Obispo por otros tres obispos de la misma Italia. En el año 251 se erigió en antipapa, entablando entonces una encarnizada lucha con la Iglesia Católica y sus ministros. 


No será de extrañar que muchos pregunten, al conocer este suceso: ¿Cómo explicarse que un sacerdote, en tan duro trance y tanta aflicción como se hallaba la Iglesia por aquel entonces, se revolviera, no en su defensa, antes en su enemigo y difamador? Los Padres de la Iglesia, que comentaron el hecho, nos aclaran el enigma cuando nos dicen que Novaciano sentía muy poco respeto por el Sacramento de Confirmación, hasta el punto que nunca quiso recibirle ni administrarlo. Huelga decir que como rehusó la Gracia del Espíritu Santo, el Espíritu Santo se apartó de él.

Francisco Spirago
Catecismo en ejemplos,
t. IV, Ed. Políglota, 2ª Ed., Barcelona, 1940, pp. 70-71)

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